The Rolling Stones se despiden de Madrid

Por Silvano Rosas

Asistir a un concierto de los Rolling Stones es visitar un Metaverso diferente. Es experimentar la sensación de disociar el cuerpo y la mente, y dejar que la piel se imponga por encima del pensamiento para no permitir que la razón nos sumerja en los mares de la sensatez.

¿Es más creíble el diablo por viejo?

¿Son estos personajes una caricatura de si mismos concebida en una noche de excesos y con un guión tan cándido como efectivo?

Estos caballeros andantes se niegan a adoptar una actitud pasiva ante los males del mundo conquistando y reconquistando almas como misioneros en un cometido perpetuo.

Seguramente ellos mismos se hayan encontrado en un matrix de escasa creatividad en estos tiempos digitales donde sus propias estrecheces cognitivas hayan sido un filón para conectar con unas generaciones necesitadas de imágenes paternas.

Siempre se ha dicho, hay que estar en el sitio correcto en el momento justo. La fascinación por la eterna juventud reflejada en sus marchitados rostros es el espejo en que se mira una masa humana que de manera inconsciente lleva tiempo mimetizando una doctrina igualmente aceptada por casi cualquier postulado fundamental que caracteriza a un partido político.

The Rolling Stones personifican a ese trabajador leal a su jefe, que va a la oficina cada día, y suda la camiseta de la empresa más que ningún otro. En estos 35 años sus producciones discográficas no han alcanzado niveles de magnificencia artística.  Tampoco ha hecho falta.

El verdadero terreno de trabajo, ese que no se cansan de abonar es el escenario en que se lleva a cabo un diálogo casi infinito entre público y conferenciantes. Basta con mirar los variopintos grupos de asistentes a estas celebraciones para convertirse en un simple testigo sin respuestas a tantas razas, etnias, edades, rangos sociales, económicos y políticos que se forman en una aparente amalgama confeccionada en un mismo obrador.

En esta capacidad de implantación en la conciencia colectiva de varias generaciones, se fundamenta el valor ideológico y comercial de esta firma en la bolsa de valores del rock. El precio de esta acción parece estar siempre en alza o al menos, estable al cierre de cada sesión bursátil.

Si existiera un mercado de valores al estilo de los grandes mercados mundiales, The Rolling Stones siempre serían un valor seguro para invertir. El futuro, solamente es conocido por el mismo futuro, y el tiempo es quien tiene la respuesta a esas preguntas.

Ciertamente, esta marca musical ha ido puliendo la técnica para comercializar una fórmula simple y para algunos simplona, con una efectividad apabullante. Desde 1970 con la aparición del icónico logotipo de una boca con la lengua fuera, la música se ha posicionado en menor porcentaje ante la avalancha de estímulos que invitan a adquirir o consumir un alimento que parece realmente sano y sin conservantes.

Casi cuarenta años después nos despedimos de los Stones en Madrid recordando unas noches que formarán siempre parte de la historia musical de la capital de España. El desaparecido estadio Vicente Calderón, el Santiago Bernabéu y ahora el Wanda Metropolitano han sido el mejor de los escenarios posibles para abrir y cerrar un telón a la más longeva personificación de la música popular de la mitad del siglo pasado.

Hasta siempre Mick, Keith, Ron, Charly y Bill. Gracias. Una rosa para tanto rock es el último de mis regalos para honrar tanta magia.