Antonio Moreno
Catedrático de Economía de la Universidad de Navarra

Bidenomics y sus complejos cruces de caminos

La evolución de la globalización desde los años 80 es fundamental para entender Trumpnomics y su America First. Bajo los auspicios del consenso de Washington, la confianza globalización económica crecía sin límites, tanto en su versión comercial como financiera. Hasta tal punto que Robert Lucas, sucesor en la Cátedra de Chicago de Milton Friedman y Premio Nobel de Economía, escribió en su ya famoso discurso de 2003 en el American Economic Association Meeting que el problema de las recesiones había desaparecido en la práctica.

Pero ya sabemos lo ocurrido tras la gran recesión de 2008. Fueron los más vulnerables los que más sufrieron, los que trabajaban en construcción y los que tenían menos capacidad de reciclarse a otros sectores. Crisis de confianza en la economía por parte de la clases media y baja, de los cinturones del acero y del motor en EE.UU. Fruto de esta desconfianza, ya en los últimos años de la era Obama se replanteó la conveniencia de algunos acuerdos comerciales, y fueron los desfavorecidos por las deslocalizaciones comerciales los que Trump supo incorporar a su coalición para su ascenso a la Casa Blanca en 2016.

Trump renegoció los acuerdos comerciales con América del Norte y China, favoreció las energías provenientes de fueles fósiles y redujo impuestos a todos. Valga mencionar que disminuyó el impuesto de sociedades del 35% hasta el 21% en 2017. Sin embargo, no consiguió disminuir ni el déficit fiscal, ni el déficit comercial, ambos altamente criticados por él en su campaña presidencial. Dicho lo cual, la economía americana encadenaba un número histórico de trimestres de crecimiento positivo hasta que llegó el COVID, con las consecuencias nefastas que todos conocemos.

Sin querer abundar en el «it’s the economy, stupid» que aupó a Clinton como presidente en 1992, la crisis económica provocada por el COVID ha sido uno de los aliados inesperados de Joe Biden. Una crisis de este estilo es siempre difícil de gestionar, genera desajustes económicos serios y Trump desafinó en ocasiones. Es muy probable que Biden impulse el gasto público en infraestructuras e inversiones públicas varias en un momento en el que la política monetaria está constreñida por la cota cero de tipos de interés, el enorme tamaño del balance de la Fed y la gran cantidad de reservas en el sistema bancario. Esta política fiscal expansiva, presumiblemente financiada con mayores impuestos a las clases altas y empresas, aumentará el endeudamiento ya elevado del sector público, incrementando la carga futura a devolver por el sector privado. Es posible que esto conlleve expectativas de crecimiento en el corto plazo –con permiso del COVID– y una subida en la pendiente de la curva de tipos, lo que sostendría un dólar fuerte.

La posición de Biden entorno a la transición energética ha sido ambigua. Durante las primarias de su partido, donde se enfrentó al ala izquierda del partido demócrata -Sanders, Warren, Harris-, Biden afirmó que acabaría con el fracking -extracción de petróleo y gas a base de fracturar el subsuelo a presión-. En cambio, durante la campaña presidencial contra Trump, presionado por éste en estados como Pennsylvania y Texas, Biden dijo que no prohibiría el fracking y se desmarcó del Green New Deal -un gran plan de inversiones públicas en energías renovables en pos de la eliminación de energías de fueles fósiles, como el carbón, petróleo y gas-. En fin, es una incógnita, pero es de prever que Biden, «establishment» en estado puro, trate de llegar a un compromiso entre una cierta transición energética –por ejemplo, respetando los pactos internacionales contra el cambio climático– y el no cerrar explotaciones de fueles fósiles en estados clave.

Una dimensión importante de la política económica de Biden será su posición ante las grandes empresas tecnológicas, empresas éstas que han proporcionado un apoyo claro a Biden en su campaña. El dominio tecnológico global es una de las claves del futuro geopolítico y es difícil pensar que Biden vaya a poner obstáculos en el proceso de adquisiciones por las big tech de empresas de tamaño mediano, pequeño y startups. Es éste un equilibrio difícil al que se enfrenta Biden, pues el enorme tamaño e influencia de las big tech y su alto valor en bolsa reflejan bien la brecha entre Wall Street y Main Street, con el consiguiente deterioro de tejido empresarial para pequeñas y medianas empresas. Quizás trate de solucionar esto con estímulos fiscales a startups innovadores de cariz tecnológico.

Biden tratará de potenciar la educación y la sanidad, pero lo tiene difícil. No está claro que el gasto público vaya a solucionar los problemas de estos sectores claves para la cohesión y movilidad social. En educación, donde los demócratas no han tenido un historial particularmente brillante, es posible que intente mitigar de algún modo el gran problema de la deuda de los universitarios. En sanidad, es probable que Biden trate de ofrecer una opción de seguro público sanitario en cada estado para introducir competencia con los seguros privados y hacer bajar así los costes sanitarios, que siguen altísimos incluso después de Obamacare. Puede no ser una mala idea.

Su posición ante los acuerdos comerciales será crucial durante su mandato. ¿Volverá al multilateralismo pre-Trump? ¿Volverá a NAFTA? ¿Buscará restablecer la relación comercial con China anterior a Trump? En mi opinión, ni Biden volverá a un multilateralismo global, ni a Nafta ni al mismo nivel de relaciones comerciales pre-Trump. La razón es clara, sería caer en los mismos errores de Obama -y suyos como vicepresidente- y además la situación actual no es excesivamente buena para las clases bajas y medias americanas, las más perjudicadas por una globalización desatada. Sin ir hacia un mundo proteccionista -que hay que evitar a toda costa-, los acuerdos comerciales se volverán más influenciados por los sectores directamente afectados, lo que matizará la profundidad de los mismos.

Sí que es más esperanzador para el contexto global el hecho de que las políticas comerciales y económicas de Biden prometen ser más predecibles y menos inciertas. De eso se beneficiarán muchos sectores y países, entre ellos la Unión Europea y también España, que sufrió algunas de las decisiones -algo atolondradas- de Trump, como los aranceles del 25% al queso, vino y aceite en respuesta a la batalla comercial entre Boeing y Airbus. En todo esto, tendrá una influencia importante el control del Senado, que se dilucidará en enero. Un senado republicano ejercería el famoso check-and-balances estadounidense impidiendo las políticas potencialmente más disruptivas del ala izquierda del partido demócrata… que presumiblemente ni el mismo Biden pretende apoyar.

Si bien el entorno global ha saludado con satisfacción la elección de Biden, la oposición en EE.UU fuera y dentro de su partido ejercerá un control férreo sobre sus políticas. Nos adentramos por tanto en unos años apasionantes para la economía estadounidense y para la futura configuración de la globalización. En este contexto, es posible que haya más oportunidades para las empresas españolas, en particular las de infraestructuras, energías renovables, y agroalimentaria, pero no debemos confiarnos: aunque Biden pueda ser más afín a la coalición con la Unión Europea, lo más sensato por nuestra parte será batallar por sacarnos las castañas del fuego ante un futuro global cada vez más competitivo y difícil de vislumbrar.