Madrid es escenario de una trifulca política en medio de una pandemia. Los ciudadanos de la CAM (Comunidad Autónoma de Madrid) están perplejos ante los telediarios. Ruedas de prensa contraprogramadas por el Ministerio de Sanidad. Discusiones con argumentos ¿científicos? Pero con fondo ¿político? La izquierda radical-populista-comunista moviendo la calle, cuando lo indicado es quedarse en casa. El Gobierno autonómico explicando que sus decisiones eran sanitarias y no clasistas. Sindicatos de sanitarios quejándose para mejorar su situación laboral. Todos intentando sacar partido de un problema pandémico.
El ministro Illa debió haberse ido del Gobierno cuando destapó que nunca existió “la comisión de expertos” en la que se apoyó en abril para los confinamientos. En un país serio hubiese dimitido. ¡Qué manera de tomar el pelo al ciudadano! Por eso cualquier afirmación suya de tipo científico carece de fiabilidad. Ese es el primer error: ¿cómo fiarse de un ministro que ha mentido en algo tan grave? No salgo de mi asombro.
España cayó en el error de pensar que el COVID19 tomaría vacaciones. Bajó la guardia para intentar salvaguardar el turismo. Inútil y nefasto. La CAM es un ejemplo. El virus se fue de vacaciones con los madrileños a las costas y los pueblos de España y volvió con ellos. También se quedó en aquellas zonas con menos posibilidades de viajar. La mayor densidad de población aceleró la contaminación en septiembre cuando la “nueva anormalidad” reintrodujo la necesidad de trabajar y moverse por esta Comunidad con desplazamientos en transporte público largos, a veces de más de una hora.
Al Gobierno de España y al de la Comunidad la situación se les fue de la mano. Cuando se hizo evidente el avance de la pandemia, el equipo de Ayuso empezó a tomar medidas. Medidas que siempre son antipáticas. Entonces el bloque de izquierdas, encaramado en el Gobierno de España y la oposición en Madrid, vio una oportunidad. Esas medidas podían ser un arma contra Ayuso y su gobierno. No importaba que fueran más o menos acertadas. Resultaban útiles para atacar al Gobierno autonómico de coalición, de signo contrario al de España.
Sin embargo, la semana del 28 de septiembre Ivan Redondo (politólogo en la Moncloa) debió notar algo evidente. El empeño de Illa en desprestigiar a Ayuso y sus medidas, la insistencia de los telediarios de TVE, la Cuatro y La Sexta, la revuelta en la calle y los reproches de la oposición madrileña estaban creando un efecto boomerang. Lejos de restar apoyos electorales al PP de Madrid estaban reforzando su posición y la de los partidos de Gobierno en la comunidad y la capital. El enfado del electorado mayoritario de centro-derecha/derecha ante ese ataque indiscriminado a un bastión de su ideología iba en aumento. Máxime cuando las condiciones epidemiológicas de Madrid se repetían en otros territorios y el Gobierno de Sánchez no decía nada.
Por eso y porque, como dice la Presidenta Madrileña, porque si ella tiene éxito el Gobierno quedaría en entredicho, Illa acordó aplicar las mismas medidas a toda España un miércoles en la reunión de los Consejeros autonómicos de Sanidad y lo publicó en el BOE, en contra de la opinión de la Comunidad de Madrid. En realidad, el Gobierno ha retomado la responsabilidad sobre las poblaciones más importantes.
Para ese camino no hacían falta tantas alforjas. El error ha sido el proceso de ida y vuelta: enviar las competencias a los gobiernos autonómicos para retomarlas parcialmente después. Sánchez pensó en quitarse el problema de encima enviándolo a las autonomías. Ahora la situación vuelve a ser más confusa: ¿quién es el responsable de las medidas que se toman ahora? No hay que engañarse, en las conurbaciones urbanas, donde hay una gran entrada de trabajadores de municipios colindantes más pequeños, la pandemia no respeta fronteras.
Seguimos igual. Debería haber habido un comité técnico, no fantasma, que regulase las medidas a nivel nacional. Sin política por medio y con poder sobre los recursos sanitarios. Un comité en el que hubiera expertos sanitarios y económicos. Porque se puede morir del virus, pero también de inanidad económica.
Con tanta publicidad negativa ni los inmobiliarios van a venir a comprar, salvo los buitres, ni la hostelería levantará cabeza, ni los turistas vendrán. ¿A quién le interesa? ¡Sálveme Dios de los amigos, que de los enemigos ya me encargo yo!