Ya antes de la pandemia, la vida estaba llena de momentos impredecibles y cambiantes. Las cosas no se desarrollan como las personas esperan en la mayoría de días: hay cansancio, dolor, desesperanza, injusticias, estrés, frustraciones, conflictos… Afirmar que todo va a salir bien si uno piensa de una determinada forma es el conejo en la chistera del mago, que poco tiene que ver con la realidad.
No, la vida no es solo una cuestión de actitud. Es más bien un asunto de sentido y sabiduría. Desde ahí sí se pueden buscar alternativas para vivir con serenidad lo difícil y con apertura y perspectiva lo agradable. Cultivar estas herramientas genera satisfacción y calidad de vida a medio y largo plazo, a pesar de las circunstancias.
Por eso, la Ciencia de la Felicidad real, sin magia ni predicciones, ayuda a enfocarse de forma inteligente hacia el nivel de bienestar, salud y armonía que las personas merecen. Para ello, es necesario entrenar a nivel cerebral habilidades como la meditación genuina, el sentido de la vida, la armonía emocional, el lenguaje consciente y el cerebro social. Esto se debe a que el cerebro genera bienestar si se le entrena en esa dirección.
La Ciencia de la Felicidad: enfocar la mente y el cerebro
Mejorar la atención, regular emociones o socializar de forma inteligente es posible a través de diferentes técnicas de desarrollo personal. José Sánchez, neurocientífico con amplios conocimientos y experiencia en técnicas para el crecimiento personal, ha reunido en un método lo que las tradiciones y ciencia demuestran útil para afrontar los días grises con perspectiva y dotar de mayor sentido y profundidad cada momento. Parte de ello se centra en crear hábitos y rutinas estables.
No todo es inteligencia emocional
La sociedad recurre a la inteligencia emocional en infinidad de formatos: medios de comunicación, redes sociales, libros de autoayuda, cursos para empresas, marketing, etc. Como si se tratara de una especie de cajón de sastre donde todo vale. Parece que la inteligencia emocional proporciona mágicos consejos sobre la vida mediante frases motivadoras, pero la realidad es que muchas de estas recomendaciones son poco prácticas y nada científicas. El propio concepto de inteligencia emocional es un constructo psicológico que, hoy en día, no encuentra evidencia científica sólida.
Para empezar, las emociones no son entidades aisladas en el cerebro. De hecho, no existe un cerebro emocional como tal ni una sola región del cerebro dedicada exclusivamente a las emociones.
En segundo lugar, conviene entender que la empatía que pretende mejorar la inteligencia emocional no es la solución a todos los males del mundo. El amor es una increíble fuerza, pero no soluciona el problema. Hará falta siempre una inteligencia humana que reflexione, sea creativa, analice y llegue al máximo beneficio y mínimo coste para todos. No es sensato rendir pleitesía a las emociones, si se hace a costa de la razón.
En tercer lugar, no existen emociones positivas ni negativas, sino aprendizajes. Hay sensaciones desagradables que pueden ser tremendamente enriquecedoras. Sentir culpa, en ocasiones, puede significar una de las mejores lecciones de la vida.
En cuarto lugar, las emociones son predicciones del cerebro, teniendo en cuenta cómo se siente uno y qué memoria e interpretación hace el cerebro de cada contexto.
En quinto lugar, las emociones son solo una pequeña parte de la mente y no toman las decisiones ni son necesariamente irracionales. Conocerse o mejorarse no puede ser reducido a un único campo de la experiencia humana. La felicidad o el bienestar genuino no pueden provenir nunca de una visión individualista exclusiva ni de reducir el conocimiento de uno mismo y la mente al módulo de las emociones reducidas.
En sexto lugar, la batalla entre pasión y razón no existe. Anatómica y fisiológicamente, no hay cerebro racional ni emocional, sino un gran cerebro social. Las personas son seres sociales y sin entender este cerebro hipersocial, poco pueden avanzar.
Concebir el conocimiento de uno mismo como una lucha entre quién es y en quién debe convertirse, aleja a las personas del autoconocimiento. Si uno parte de que no es suficiente y de que tiene que mejorar, está muy lejos de la verdadera introspección.
El bienestar, la felicidad y la sabiduría se construyen a través de un proceso consciente en el que las emociones son tan solo un elemento. Concebir las emociones como el centro de la existencia y del desarrollo personal es una limitación visible que impide un desarrollo integral de la persona. No todo es inteligencia emocional, de hecho, centrarse en ella como el actor principal hace que las personas se pierdan muchas cosas de la vida.
En este sentido, José Sánchez, mediante la Ciencia de la Felicidad, se especializa en el entrenamiento cerebral para conseguir bienestar en la vida y construir hábitos inteligentes. En su página web, el neurocientífico brinda más información sobre los servicios que ofrece. La Ciencia de la Felicidad es un método que cultiva, a través de ejercicios sencillos, directos y prácticos, el entrenamiento y la transformación de los niveles de bienestar y felicidad.