En el pasado número del mes de Octubre de esta revista, en sus páginas 12 y 13, venía una fotografía sobre el colapso sanitario en Afganistán. Tuve la suerte de viajar a ese país de Asia Central a principios de siglo, en los años 2003 y 2004. Las tropas internacionales, capitaneadas por Estados Unidos controlaban, al menos, Kabul, la capital. Fue realmente una experiencia difícil de olvidar, 7 viajes en año y medio con el único objetivo de cerrar un contrato para construir una Escuela de Formación Profesional en una de las provincias afganas. Yo, que trabajaba para una multinacional española y era padre, entonces, de dos niños muy pequeños, viví esa experiencia con muchas dosis de inconsciencia, viviendo en un barracón dentro del recinto de la Embajada de Turquía (aún no había representación diplomática española) y acudiendo a un café internet cercano para poder comunicarme con España, tanto con la oficina como con mi familia, siempre vía email porque mi teléfono no tenía cobertura en aquel país.
Reitero que fue una experiencia y realmente no sé si estos más de 15 años que han pasado sirvieron para que los derechos de buena parte de la población mejoraran. Lo que yo recuerdo de aquel país es que nunca vi la cara de una mujer. Allí, bajo el control de las tropas internacionales, todas las mujeres llevaban burka, no había ninguna clase de servicios públicos, la ciudad y sus alrededores estaban absolutamente machacados por la guerra y la reconstrucción del país parecía imposible.
No he vuelto desde 2004, y no creo que vuelva, pero he mantenido el contacto con amigos y colegas que han residido en Kabul, con militares que han estado destinados allí y con gente conocedora de la realidad afgana.
La cesión internacional a los talibanes será una catástrofe social y económica para el país. No quiero ni pensar en las mujeres afganas que durante estos casi 20 años han vivido, al menos, con la esperanza de que su mundo fuera un poco mejor. Me temo que el trabajo de tanta gente, en donde mi incluyo, haya servido para algo, pero tengo mis dudas.
Aunque la mejora del país no haya sido tan real como nos muestran en los telediarios (porque Afganistán a julio de 2021 no era un paraíso de libertades, ni mucho menos) es evidente que la esperanza nos hace luchar y tirar para adelante. Estoy convencido que la perspectiva de mejora, de conseguir mejores derechos, de que las mujeres se fueran integrando, poquito a poco, en la sociedad afgana, hacía que la gente se levantara con ganas de trabajar, de mejorar el país, de seguir adelante. ¿Qué sería de nosotros sin esperanza?, ¿qué será de los afganos ahora que la han perdido?
Creo que desde la distancia no nos damos cuenta del drama que millones de personas están viviendo, y que seguirán viviendo de manera indefinida, porque está visto, no hay un camino evidente para cambiar las cosas.
Solo espero que mi trabajo, y los desvelos de mi mujer cuando estaba en Kabul, hayan servido para algo.