Igual que reservar la habitación de un hotel es más caro en fin de semana y sacar un billete de avión no cuesta lo mismo en agosto que en octubre, bares y restaurantes comienzan a apostar por cambiar sus precios en función de la demanda.
¿Pagar más por un café un sábado que un lunes? ¿Aceptar que el mismo plato tiene un coste superior a la hora de la cena que en la comida? ¿Y ofrecer descuentos a quien sólo ocupa la mesa media hora porque tiene que volver a la oficina frente a la familia que tardará dos horas en terminar de comer?