Rafael Pampillón
Profesor de Economía de IE Business School

La nueva realidad de los mercados financieros

La pandemia, que parece enfilar el final de su tercera ola, deja tras de sí un panorama desolador. A la tragedia sanitaria y humana hay que añadir el económico y laboral que, en 2020, ha dejado unos resultados económicos desastrosos. Sin embargo, haga frío o calor, nieve o llueva, los datos de coyuntura económica sean mejores o peores, las bolsas siguen disparadas. Existe una clara divergencia entre un mercado bursátil alcista y la caída del consumo y el aumento del paro.

Estas subidas de los mercados bursátiles podrían estar descontando una destrucción creativa; un cambio de modelo productivo; un proceso que sería determinante para mejorar las expectativas de los inversores nacionales e internacionales en el futuro de las empresas y del empleo, lo que justificaría el espectacular ascenso de los índices bursátiles. También los enormes estímulos monetarios del Banco Central Europeo (BCE) están facilitando que la crisis se acorte.

Tipos de interés negativos

Sin embargo, los datos de coyuntura muestran que estamos ante una nueva crisis totalmente incierta que tiene como resultado una generalización temporal de los tipos de interés negativos. Estos tipos tan bajos facilitan la concesión de créditos, la colocación de la deuda pública y la dinamización de la economía. A la vez deberían tender a elevar algo el nivel de precios que por ahora en Europa sigue reduciéndose.

Es bien sabido que los Bancos Centrales comenzaron hace un año un programa de compra ilimitada de bonos que durará hasta que la incertidumbre económica se despeje. Esta situación de enorme liquidez, aunque pueda parecer beneficiosa para la financiación de nuestras economías, tiene como contrapartida la enorme cuantía de la deuda que se está acumulando. Y como el Banco Central Europeo (BCE) y los inversores siguen aumentando la demanda de cualquier cantidad de deuda pública que se emite, ésta se está colocando en todos los plazos y en casi todos los países del euro a tipos de interés cero o por debajo de cero.

 ¿Por qué se está colocando deuda pública a tipos negativos?

1º) Por la excesiva liquidez existente en los mercados. La expansión monetaria de los bancos centrales, a través de la compra de bonos, está siendo extraordinaria. Como consecuencia los bonos escasean y las entidades financieras y las familias tienen dificultades para situar parte de su riqueza en activos seguros. La confianza de los mercados en que las economías de la Zona del Euro son solventes y, por tanto, van a ser capaces de devolver su deuda, ha hecho que la demanda de bonos aumente y los tipos de interés se desplomen hasta niveles negativos. En definitiva, lo que tradicionalmente suponía que la inversión en deuda pública tenía un riesgo muy bajo genera ahora una situación paradójica: el bono italiano, el griego y el español han bajado sus tipos frente a un enorme incremento de su deuda en relación al PIB.

Sin embargo, a diferencia del resto de países comunitarios, España tiene un riesgo-país adicional, por el probable descuelgue de la recuperación europea, que se manifestará en 2022. De un lado nuestra nación será la que tenga mayor déficit público (más del 9%) en 2021, lo que supone más de 100.000 millones. De otro, la deuda pública que se irá acumulando en el trienio 2020, 2021 y 2022 va a suponer un nivel del 127% del PIB en 2022. Bruselas ya escarmentó con Grecia y está prevenida ante las posibles políticas dispendiosas de un país que no parece dispuesto a cumplir su enojoso deber de aplicar un ajuste fiscal.

2º) Desde el punto de vista del rendimiento de la inversión sería más rentable poner el dinero en una caja fuerte que pagar un tipo de interés por tenerlo en bonos. Sin embargo, la enorme cantidad de dinero que habría que guardar en una cuenta corriente a tipo de interés cero o debajo del colchón podría generar una situación de intranquilidad. Aunque en la vida no hay nada seguro, parece que los mercados prefieren llevar el barco a puerto seguro, aunque tengan que pagar por amarrarlo, que fondearlo en alta mar gratis con el riesgo de que un temporal le pueda causar daños graves.

3º) Por la perspectiva de que los tipos de interés sigan bajando y sean cada vez más negativos. Como consecuencia, la cotización de los bonos que se compren hoy tenderán en el futuro a ir hacia arriba en el mercado secundario de deuda.

4º) El establecimiento inmediato de unos tipos de interés tan bajos tiende a reducir la carga financiera de los Estados y, por tanto, el déficit público. Es la única realidad financiera posible para poder comenzar a gestionar la montaña de deuda que se está acumulando, y que, dependiendo del desarrollo de la pandemia, es imprevisible en su evolución cuantitativa. En definitiva, los tipos de interés negativos está permitiendo a los gobiernos financiarse sin costes y, por consiguiente, disparar el déficit público sin tener en cuenta sus consecuencias.

Las subidas de las bolsas

Si los inversores tienen que pagar por prestar su ahorro (tipos de interés negativos de la deuda pública), es lógico que trasladen parte de sus carteras a otros activos financieros como son las acciones, lo que está disparando hacia arriba los índices bursátiles. Es decir: como consecuencia de las políticas monetarias expansivas de los bancos centrales, especialmente y por su relevancia la Reserva Federal (FED) y el BCE, se ha producido una explosión bursátil proporcional a los estímulos. Pero la “fiesta” sigue, y la Secretaria de Estado de Economía de EEUU, Janet Yellen, señaló que le parecía bien que la FED compre activos de renta variable, lo que mueve a ser crédulos respecto al futuro recorrido al alza en las bolsas.

En resumen, a pesar de que las incertidumbres en la economía mundial parece que se mantienen, resulta asombrosa la velocidad de recuperación de los mercados bursátiles. Este despegue sucede sin tener en cuenta los daños causados por el brutal impacto del virus en la economía, que van a ser persistentes a corto y medio plazo. Sectores como el turismo, transporte, comercio, restauración, educación e industrias como el textil y el lujo van a sufrir transformaciones profundas, hasta el punto de que cambiarán lo que hasta ahora se consideraba el funcionamiento normal del aparato productivo. Además, otros cambios estructurales que vienen acaeciendo en el mundo (básicamente digitalización y descarbonización) se han acelerado con la aparición de la pandemia.

En definitiva, se puede afirmar que asistimos a una nueva etapa totalmente incierta como resultado de una generalización temporal de los tipos de interés negativos. Los Estados deberán recaudar en algún momento todo lo que hoy se canaliza en ayudas a las empresas, autónomos y hogares. Si esta es la forma más adecuada de establecer este tipo de ayudas, lo veremos en el futuro. Sólo asumiendo los riesgos de tal política se podrá hacer frente a las temidas quiebras generalizadas o la repetición de una situación análoga a la de 1929. Y esperemos que tal contexto sea lo más provisional posible, con una vuelta a la normalidad basada en la generación de crecimiento económico. Ahora bien, tal experiencia dejará profundas cicatrices en la economía, el empleo y el bienestar social.

El artículo está elaborado conjuntamente con Rafael Moneo Abreu, profesor de IE Business School.