Bodegas Peique: de un pequeño pueblo de León a la cumbre mundial del vino

Por Jordi Benítez

El prestigioso premio de la revista Decanter a Bodegas Peique por poseer el mejor tinto del mundo y su ubicación como uno de los cincuenta mejores vinos a nivel global ha sido un auténtico aldabonazo para esta empresa surgida hace noventa años en Valtuille de Abajo, un pequeño pueblo de ochenta personas ubicado en la comarca de El Bierzo (León).

El abuelo de Mar Peique, su padre y los tíos que le criaron fueron quienes empezaron esta bonita historia. Los tres eran viticultores en el pueblo. El abuelo plantó mucho viñedo para él y para otras personas. Vendían vino a granel y uva para Galicia. Cuando falleció el abuelo, los padres de Mar gestionaron el viñedo durante un tiempo, hasta que no pudieron más. El padre de Mar trabajaba entre semana y se ocupaba del viñedo durante el fin de semana. La madre no podía.

Lo dejaron, y en 1999 los hijos decidieron retomar la aventura. Crearon Bodegas Peique y lanzaron 10.000 botellas de vino joven para hacer una prospección de mercado. “No sabíamos cómo iba a ir. Nuestra economía no era muy boyante. Siempre digo que partimos de menos uno”, explica Mar. También reorientaron la estrategia: de hacer vino a granel a producir kilo-kilo y medio por cepa.

La nueva aventura funcionó y funciona. Empezaron por el vino joven, pasaron a la crianza de vinos y ahora tienen siete referencias. El tinto se elabora con mencía, variedad típica de El Bierzo, y el blanco con Godello. El viñedo de El Bierzo es su mejor legado: “Decimos que es nuestro patrimonio. La mayor parte tiene entre 50 y 100 años. Encarece trabajarlo, pero permite fabricar un vino de una calidad excepcional”, afirma Mar Peique.

La confirmación es el premio de Decanter. El galardón se otorga después de una cata a ciegas de 16.000-17.000 vinos por parte de expertos diferentes. Se efectúan cuatro rondas distintas en cuatro mesas y los profesionales sólo ven la botella. La decisión es totalmente objetiva, y el comité de la cata es muy prestigioso.

Su comentario final sobre el sabor del tinto premiado alababa las asombrosas pizarras y granitos de El Bierzo, ubicados en una posición única expuesta pero protegida del Atlántico, la sensación emocional de su variedad mencía, los profundos sabores de la hierba silvestre y de la montaña, sus asperezas aromáticas y su textura negro azabache… “El comentario es excepcional, y el premio ha llegado en un momento muy importante: con nuestros principales clientes (hostelería y restauración) sufriendo muchísimo. Tiene el valor emocional de ser el vino Ramón Valle, el nombre de mi abuelo, que vivió con nosotros, y era muy humilde y trabajador; no es uno de nuestros vinos más caros. Tiene entre seis y ocho meses de crianza y elaboramos entre 20.000 y 25.000 botellas”, indica Peique.

El premio ha revitalizado las ventas de la bodega. Al poco tiempo de concederse, empezaron a llamarles desde distintos países del mundo. “Antes de la pandemia vendíamos en treinta y cinco países. Después del galardón reiniciamos nuestra comercialización en Estados Unidos, donde había fallecido nuestro distribuidor. Surgieron clientes nuevos en Australia y Nueva Zelanda. Volvieron a pedir desde Alemania y también desde Suiza”, detalla Mar Peique.

Los viñedos de la bodega tienen entre 45 y 60 años de antigüedad. La plantación es muy antigua. El proceso de recolección se hace de modo manual. No hacerlo con máquinas encarece el proceso, al ser necesario contratar más mano de obra. La barrica para introducir el vino es de roble francés de 500 filtros. La crianza se desarrolla en un periodo de entre cinco y ocho meses. Se va catando y decidiendo cuándo se saca la producción. La vendimia se realiza en contenedores de veinte kilogramos para que la uva no se machaque. El traslado a la bodega no tarda más de media hora. El vino no se estropea en ese periodo de tiempo.

El premio para el Ramón Valle ha producido un efecto arrastre en otros vinos de la bodega. “Pensábamos que íbamos a tener un otoño tranquilo, pero estamos trabajando muy bien. No podemos quejarnos”, reconoce Peique.

Su bodega es familiar y de tamaño pequeño. Fabrican un máximo de 220.000 botellas al año. Facturan entre 500.000 y 600.000 euros, según la temporada. “El viñedo viejo requiere mucha inversión: mantener y recolectar; pero la vamos compensando. Somos seis personas fijas en la plantilla y contratamos temporales cuando hace falta. Vendemos lo que elaboramos. Eso es lo fundamental. Que no se acumule. No producimos grandes cantidades. Hay cuatro vinos de los que hacemos entre 4.000 y 7.000 botellas”, aclara Mar Peique.

De cara al futuro, no sabe qué pasará con su bodega. Si a ella le hubieran dicho con 19 años, cuando estudiaba lo que ahora sería Administración de Empresas, que a los 30 iba a estar dirigiéndola, no lo hubiera creído; entre otras cosas, porque en aquellos tiempos había pocas mujeres en su sector. Ahora hay muchas más, y aunque ella entre hombres siempre se sintió muy bien acogida, quizá sea un motivo añadido para que alguna de sus dos hijas coja el relevo cuando toque.