En cierto modo, la llamada «industria editorial», como toda industria, tiene como cometido elaborar un producto (libro) para el consumidor a partir de una materia prima, que sería el texto escrito. Tiene como objetivo y destinatario de su producto el público lector. Esta afirmación, que parece una obviedad, apunta a una división que hasta cierto punto está instalada en el imaginario social, dos grupos de pertenencia distintos y casi opuestos, cada uno con sus supuestos rasgos y características bien diferenciadas: el público lector y el público no lector. Ambos no se miran a la cara. Quizás, esta suerte de concepción, esta división, sea la causa del bajo índice de “consumo” de este tipo de artículos, por debajo de lo que la citada «industria» esperaría.
Por otro lado, no es una novedad que el escritor halle las fuentes de la creación en la misma carne, en las entrañas mismas de la sociedad, entendida en su sentido más amplio, de manera que el llamado «proceso creativo» no consistiría en otra cosa que en devolver a la sociedad lo que subyace oculto por uno u otro motivo en ella y que, al mismo tiempo, la constituye. Esto definiría en gran medida cuál es la función y lugar del escritor. La editorial, en esta díada escritor – público “lector”, ocuparía un lugar intermedio (también es una obviedad), pero que sea intermedia no quiere decir que medie entre uno y otro.
Si es esta dialéctica de la citada industria la responsable tanto del bajo número de lectores como de la fragilidad de este “mercado” (no es una industria, al menos al uso corriente, tampoco se trata de “cazar” talentos), se propone otro modo de entender esta cuestión: pensar en el editor como una función dentro de un proceso en transformación constante. Es en este sentido que la editorial se colocaría en el lugar de garante, pero ¿garante de qué?, ¿cuál es su responsabilidad?, ¿qué es lo que tiene que garantizar y a quién?
Si se considera la cultura como un conjunto de valores éticos y morales, tradiciones, costumbres, mitos, leyendas e historia, pero también sus metas y aspiraciones, se puede coincidir que es precisamente en este territorio –fuente misma del “proceso creativo”–, donde se juega la responsabilidad de la editorial. La función de la editorial, entonces, va mucho más allá que la de la rentabilidad (aunque una cosa no va reñida con la otra), tampoco la de “explotar” filones nuevos, que vendrían a marcar el camino sobre qué debe producir el escritor si quiere tener éxito (¿el escritor debe buscar éxito?, ¿realmente los escritores son los inventores de nuevos temas?) o explotar una obra para que sea un “boom” (desafortunado anglicismo), o tomar partido por una ideología.
Esto es: la sobreexplotación de la producción escrita («escriba su libro, nosotros se lo publicamos»), la fiebre de la autoedición y, sobre todo, una nula consideración de la función lectora, porque lo realmente importante y ampliamente olvidado no es la cantidad de títulos que pueden ponerse en el mercado, sino el lector, que sería el lugar donde se instala la demanda (el lugar donde se devuelve, como nutriente, eso de lo que ha bebido y procesado el autor) y no la venta como único objetivo, reduciendo al lector a mero consumidor pasivo.
Sí, síntoma de que se acaba por reducir al lector a mero consumidor pasivo, domesticado (no amansado), que busca el cómodo entretenimiento o el refugio de sus frustraciones, objeto de educación, incluso politizado; el libro a mero objeto de consumo; y el escritor a un mero técnico que tiene que producir bienes que «satisfagan» las expectativas comerciales.
En Editorial Quadrivium, defendemos y apostamos por una reversión (no re-versión) del proceso, lo que nos lleva a ser absolutamente críticos con el modelo actual de producción editorial y los elementos que la conforman: la sociedad, las librerías y las distribuidoras y, especialmente, el lector, no en tanto que “público”, sino en cuanto a cómplice, ese alter ego para el que se escribe y que se constituye en su lector, es decir, su descifrador.
Como herramienta, la literatura no tiene por qué satisfacer a nadie, sino que debe ser útil para algo y es útil cuando tiene la capacidad de cuestionar, cuando representa un reto, algo que le cuestiona, que se vuelve rebelde y a veces incómodo para el sujeto. Cumple su función cuando el texto (no el autor) provocan al sujeto de diversas maneras, no solo cuando (aunque también) cuestiona las convicciones y los cánones establecidos. Es aquí donde el sujeto tiene dos opciones: abandonar el libro o enfrentarse, aceptar el reto, pasando a ser activo por sentirse tentado, incitado, provocado, tanto por el texto como por el contenido. El lector activo se ve convocado a hacer un acto de descifrado, la lectura le afecta, le agita y le despierta la capacidad de transformar y de construir y, desde luego, contribuir. Lo contrario, es ofrecer narcóticos que inhiben esta función lectora (leer es una función subjetiva, no pasear los ojos por un texto). Así lo señala Arcadio Pardo en el prólogo de Los versos inútiles (Editorial Quadrivium) “[la lectura] es eficaz en cuanto que su contenido, su mensaje se suele decir, su forma, el tono en que se moldea, favorecen en el lector el conocimiento del mundo, de la vida, de todo aquello que puede conmover el sentimiento y la inteligencia”. O como propone David Escudero en su texto Exilio poético en Alejandría, «[el escritor] busca la utopía y, a través de ella, conmover al lector hasta arrancarlo de su hibernación». Si una obra no es capaz de acercarse a estos objetivos, debemos cuestionar su función y su eficacia y, de paso, el escritor ha de preguntarse cuál es el deseo que lo animó a (pr)escribir ese narcótico a la sociedad; y la editorial qué deseo le animó a publicarlo.
Editorial Quadrivium es una editorial independiente consciente de la innegable función transformadora de la literatura en todas sus formas –y del compromiso que debe haber entre el escritor y la sociedad–, pero, para que este objetivo pueda llevarse a cabo, debe operar una transformación profunda. Es en este sentido y, según lo señalado más arriba, que apuesta por ahondar en el vínculo que debe existir entre lo escrito (no el escritor) y el lector, es decir, la capacidad de enfrentar, interpretar y descifrar que subyace en cada sujeto (no el “público lector”, como conjunto diferenciado del público no lector que debe consumir un producto).
Leer es un acto, un acto de rebeldía. La lectura es activa, ante todo porque leer siempre es la respuesta a un reto, a la provocación de un texto que se muestra arisco a la comprensión del al sujeto y se siente convocado a enfrentarlo, a descifrar lo escrito en las propias carnes que lo constituyen y sobre lo que no queremos saber. A menudo, se confunde el acto de leer con los efectos de la lectura, pretender que la obra literaria tenga determinados e(fectos y provoque ciertos a)fectos. Esto sería apostar por el consumidor anónimo de un producto, una mercancía, que busca su pasividad y, en cierto modo, su sometimiento, o reducir la escritura a una función pedagógica, educativa o incluso y lastimosamente, al servicio de una ideología. Editorial Quadrivium invierte los polos de interés y aspira a ese lugar de nexo entre los deseos y aspiraciones del lector (no “del público lector”) y la producción y el significado de la obra literaria. Esta es la única forma de devolver a la sociedad las herramientas de debate y reflexión que permiten la transformación y el cambio.