Acaba de llegar a las librerías «Ídolos de piedra. Santuarios prehistóricos en el Valle del Alberche. Comarca de Cebreros (Ávila)», de Javier María Navas Alonso”, un libro sorprendente porque desvela un importante descubrimiento arqueológico en donde los lectores podrán sorprenderse con la llamada “Cultura de Cebreros” y, donde se relacionan 44 altares de piedra para un total de 66 monumentos prehistóricos, entre estructuras dolménicas, monolitos animales y santuarios, entre otras muestras.
El hallazgo en 2014 dentro del término municipal de Cebreros (Ávila) de una serie de santuarios y altares rupestres prehistóricos por parte del autor, Javier María Navas Alonso, constituye el punto de partida de esta obra, que se ha ido nutriendo de sucesivos descubrimientos en los años siguientes hasta los más recientes, en 2023.
Muchos de estos altares de sacrificios, tallados en la roca y presentes en otras zonas de España, llevan aparejado un ídolo zoomorfo —también pétreo—, lo que supone una creación inédita hasta ahora en la Península Ibérica y muestra rasgos de lo que podría significar el advenimiento de una cultura prehistórica desconocida hasta el momento —perdida en la noche de los tiempos—, y que puede deparar muchas sorpresas en los próximos años.
El apasionante mundo prehistórico desvela alguno de sus intrincados secretos. La simbiosis entre altar y tótem crea santuarios neolíticos inéditos, de tosca belleza en su desnudez. Este libro pretende ser una aproximación y reflexión sobre un mundo arcaico e ignoto, cuarteado por el velo del tiempo.
El presente libro constituye una aproximación al fenómeno del ritual religioso prehistórico, enmarcado en el culto a divinidades animales —con alguna posible excepción— a través de exvotos de sangre ofrecidos a esos dioses adorados en piedra tallada.
La obra se organiza en dos grandes partes. La primera es un marco temporal y espacial de los rituales similares que han tenido lugar a lo largo de la Historia y de la Prehistoria en distintas partes del mundo. La segunda parte, verdadera razón de ser de este ensayo, describe una serie de hallazgos realizados por el autor, y que pueden significar el descubrimiento de una cultura perdida en la noche de los tiempos, una sociedad de la Edad de Piedra, una civilización desaparecida de la que no se tiene constancia aparente en tratados y escritos publicados sobre materias similares.
Esta cultura —que se describirá someramente a lo largo de este libro en lo que ha llegado en superficie— puede suponer un cambio de paradigma en la concepción de la Prehistoria de la Península Ibérica, en cuanto permite palpar una nueva forma de creencia plasmada en una serie de santuarios rupestres, prácticamente todos ellos descubiertos por el autor. Los santuarios tienen en su centro neurálgico un altar rupestre, verdadero sancta sanctorum del poblado, con acceso restringido al chamán. En las próximas páginas se irá desarrollando la naturaleza de estos excepcionales hallazgos, lo que los distingue de los ubicados en otras zonas de España y que los particulariza. Y no se trata de caprichos de la naturaleza, ni piedras pareidólicas o mimetolitos, tampoco de erosiones o roturas de rocas producto del paso del tiempo. Se trata de trabajos en piedra inequívocamente humanos, verdaderas creaciones antrópicas con la intención de moldear emplazamientos cultuales —que no culturales— para rendir tributo a sus divinidades, y de las que no existe precedente en España al combinarse dos elementos en una misma creación: altar e ídolo. Son verdaderamente apasionantes, imponen todavía hoy estos megalitos erguidos. Debieron causar auténtico estupor al hombre prehistórico. Y la gran mayoría se han hallado en la población abulense de Cebreros y sus áreas circunvecinas.
Invitan al lector a que se adentre en estas páginas donde se puede vislumbrar un universo prehistórico ignoto, que no hace, sino abrir nuevos interrogantes y nuevos misterios sobre lo que se cree conocer de una era en la cual el mundo simbólico.
—Tras 10 años de investigación, ha publicado la obra con sus descubrimientos arqueológicos en la provincia de Ávila. ¿Qué es lo que denomina la Cultura de Cebreros?
—Han sido diez años desde que encontré el primer hallazgo, allá por el 2014. Un duro trabajo de campo, con cerca de 200 visitas para la búsqueda de emplazamientos. Ha representado una amalgama de sensaciones, entre la dureza y la enorme satisfacción por la relativa suerte que he ido teniendo. Parece que cuanto más iba a buscar, más encontraba. La Cultura de Cebreros, a la que también denomino la Cultura de los Ídolos o Cultura de los Tótems, representa el conjunto de hallazgos de este libro, Ídolos de piedra.
Considero que la población que alberga la mayoría de los hallazgos y los más relevantes, merece dar nombre a esta cultura perdida en la noche de los tiempos prehistóricos. Una nueva luz podría acontecer con este libro, donde se relacionan 44 altares de piedra para un total de 66 monumentos prehistóricos, entre estructuras dolménicas, monolitos animales y santuarios, entre otras muestras. Hay que tener en cuenta que para toda España existía apenas un centenar de altares a finales de 2021 y unos 150 a fines de 2022. Existen muchos sin descubrir en España, también en Ávila, esto no ha hecho más que empezar. Parece que la provincia abulense y las cuatro provincias gallegas conforman el territorio con mayor concentración de piedras sacras de toda Europa occidental, a la cabeza de las cuales se situaría Ávila. Hace poco una amiga me comentó que estas mismas cinco demarcaciones provinciales son las que tienen los niveles de radón más altos. ¿Coincidencia o subsecuencia?
—¿Cómo empezó a investigar y darse cuenta del gran descubrimiento que ha llevado a cabo?
—Todo comenzó con una serendipia, es decir, un hallazgo casual buscando algo distinto. Iba buscando algo antiguo, en pleno campo. Cuando de pronto, yendo con mi padre, me fijo en una elevación rocosa que recordaba vagamente a un animal. Le dije a mi padre: «Eso de allí arriba es un tótem». Él, completamente escéptico, trató de desincentivarme de la idea. A los pocos días regresé y cuál fue mi sorpresa al hallarme ante uno de los más relevantes santuarios contenidos en la obra: el altar 1. Éste contenía casi todos los elementos constitutivos de un altar de sacrificios: un impresionante trono excavado en la roca para el nigromante o chamán que oficiaría las ceremonias, una serie de cavidades circulares para albergar los líquidos, insertas en una estructura tallada de forma artificial con una forma que recordaba una mesa, y una especie de pasillo para acceder al plato fuerte del santuario: un enorme ídolo, el que reconocí como tal a distancia, desde abajo, encaramado junto al altar propiamente dicho, apuntando directamente al norte, con una serie de entalladuras inequívocamente provocadas por la mano del hombre. En posteriores visitas localicé varias cazoletas insertas sobre el propio ídolo, sobre todo en su parte norte. Ese era el dios al que adoraban en el santuario, en un lugar de fuerza telúrica impresionante, encajonado en un angosto y profundo valle cubierto de un bosque mediterráneo, sin duda un lugar donde se evocaría a las divinidades animales. Un escenario donde la reverberación de la música debió desempeñar un papel destacado. Es muy probable que, junto al altar, se entonasen himnos y se percutieran instrumentos con objeto de producir música. El aspecto del tótem recuerda a un ave con su cuello. Me dejó de piedra, nunca mejor dicho.
—¿En qué época data estos ídolos y santuarios?
—No es fácil contestar a esta pregunta. Es posible fechar la edad de la tierra mediante la descomposición de elementos radioactivos presentes en la roca. Pero no es posible saber en qué momento el hombre cinceló, desgajó o dio forma a la misma. Si no se encuentran elementos perecederos que sean contemporáneos al monumento, tipo cerámica, hueso, incluso recurriendo al análisis palinológico, el estudio de los pólenes presentes en el suelo inalterado de un yacimiento, no es posible realizar una datación científica. Pero por analogía, por comparativa con monumentos megalíticos similares y gracias a algunos santuarios que sí se han podido datar, la historiografía se decanta por situarlos en períodos prerromanos, entre el Calcolítico o Edad del Cobre (hace unos 4.500 años para la Península Ibérica) y la Edad del Hierro, que comienza a principios del primer milenio antes de Cristo. Últimamente, el gran experto en piedras sagradas, Martín Almagro-Gorbea, incluso aventura que podrían tener origen en el Neolítico, aunque en sus publicaciones acerca de los altares rupestres prehistóricos los sitúa preferentemente en el Campaniforme, al comienzo de la Edad de los Metales. Yo me aventuro a ubicar cronológicamente esta colección de altares en el período megalítico, dentro del Neolítico Medio o Tardío, en una horquilla que oscilaría entre el 3.000 y el 4.000 a. C. La tosquedad en algunas formas invita a pensar en un utillaje muy rudimentario a la hora del desbaste y tallado de los santuarios y de los ídolos adjuntos, seguramente creados con gran esfuerzo y coste en términos de tiempo empleado, utilizando piedra contra piedra.
—¿Qué importancia tienen los hallazgos a nivel nacional o internacional, según su criterio?
—La importancia se la va a dar o a quitar el tiempo, que pienso que pone a todos en su sitio. Pero esta intuición que me ha llevado a sacar a la luz estos hallazgos me dice que pueden jugar un importante rol en el futuro, a tenor de su carácter único. Los especialistas en Prehistoria que han hablado de los altares, tanto a nivel nacional como internacional, no destacan ningún altar que contenga el propio ídolo en su seno, por lo que pienso que puede ser un golpe de efecto importante, y que puede crear una nueva muesca en la Prehistoria de España. La Piedra de los nueve escalones (Francia), el altar de Viterbo (Italia), y sobre todo Panóias (Portugal) y Ulaca (Ávila), los que pueden ser los cuatro grandes altares rupestres de Europa, no contemplan tampoco ningún ídolo.
—¿El gran número de hallazgos, no cree que puede hacer creer a algunas personas que ha sido inflado o que es exagerado, y entre el grano se ha colado cierta paja?
—Cuento con ello. Como se dice en el prólogo, se producirá «la sorpresa y el escepticismo de muchos, la socarronería de algunos y el estupor de muy pocos» al principio. Como todo lo rompedor, se necesita tiempo para su aceptación.
—¿Ha tenido que documentarte mucho para la confección de Ídolos de piedra?
—El trabajo de documentación ha sido ingente. Alrededor de 160 obras han sido leídas en todo o en parte, y varios cientos más hojeadas, sin contar las páginas web o blogs consultados, con objeto de situar de forma tanto espacial como temporal los descubrimientos. Cinco años de escritura-lectura, con pequeños paréntesis, documentándome, leyendo y redactando este ensayo, pero creo que ha merecido la pena. A esto hay que sumar el trabajo de campo de búsqueda y medición de los emplazamientos, una década de trabajo en total. Con limitaciones y fallos, en términos generales me siento orgulloso del trabajo realizado, que además ha tenido la fortuna de ser galardonado con la quinta edición del premio internacional Cuadernos del Laberinto de historia, biografía y memorias, elegido por unanimidad por el jurado entre 41 manuscritos procedentes de 13 países.
No puedo pedir más, aunque el «Gordo» me fue concedido al permitirme tener la disposición mental para descubrir, o más bien encontrar, las piedras de la Cultura de Cebreros. Me siento un privilegiado. Te quedas extasiado al contemplar la belleza de estas joyas de la Prehistoria, la fuerza que desprenden y la severidad de los emplazamientos que los rodean. Aunque se construyeron con fines funcionales, en el presente son maravillosas obras del primer arte del hombre de Iberia, que deben formar parte de los libros de texto en un futuro. Creo que me dejo llevar un poco por el entusiasmo, pero es como lo siento, y además estoy firmemente convencido.
—¿Qué diferencia existe entre lugares de culto, santuarios, altares y otros megalitos?
—Nos movemos en un escenario temporal muy impreciso, en el cual tendemos a proyectar nuestras estructuras mentales a tiempos pretéritos, lo que no es algo plausible. Utilizando un símil con el Cristianismo, una iglesia o catedral medieval sería equiparable al santuario, y el altar mayor o presbiterio se podría convalidar con el altar rupestre, que sería el lugar en el que se contenían los líquidos a consagrar a la deidad zoomorfa, al ídolo animal, así como existen bajo el crucero de una gran catedral representaciones icónicas de la Virgen María o de Jesucristo en el lugar al que se accede normalmente mediante unas escalinatas, donde el sacerdote oficia la Eucaristía. Así también existen escalones o entalladuras para ascender a la parte superior de algunos altares, a veces mediante una rampa. Lugares de culto o santuarios serían sinónimos.
Respecto a los megalitos, considero que estos altares y sus ídolos asociados son una nueva tipología de monumentos megalíticos, como los son los menhires, los dólmenes o los crómlech y alineamientos de piedra. Grandes bloques de granito colocados uno sobre otro, piedras ciclópeas en honor a los cíclopes mitológicos, como construidas por gigantes, forman estos objetos de culto que debieron causar estupor al hombre antiguo que los veneró hace miles de años. Aún hoy parecen impresionantes.
—Usted clasifica los hallazgos en tipo A y tipo B, ¿qué diferencias existen?
—Almagro-Gorbea, que es el estudioso que de alguna forma genera la doctrina en materia de piedras sagradas, a la cabeza de las cuales están los santuarios rupestres, determina la tipología de los altares. Distingue básicamente entre altares de tipo Lácara y de tipo Ulaca. Los primeros, los de tipo Lácara, tienen entalladuras poco profundas para introducir la punta del pie y trepar a la cumbre del altar; son endémicos de la Península Ibérica, esto es, no parecen existir en ningún otro lugar de Europa, al menos. Los segundos, los de tipo Ulaca, tiene verdaderos escalones y constituyen una evolución importante, siendo posteriores en el tiempo. Un tercer tipo lo constituyen los altares en peñas naturales, denominación a mi juicio más difusa por la dificultad en algunos casos de discernir entre oquedades naturales y antropogénicas (creadas por el hombre).
A la luz de mis hallazgos, contenidos en Ídolos de Piedra, me aventuro a establecer un tipo de altar hasta ahora inédito, que es el altar de tipo Cebreros, excluyente y a la vez compatible con los anteriores. A continuación lo explico. Creo que hay un antes y un después, en el sentido de que el de tipo Cebreros englobaría a la totalidad de altares en los que aparece un ídolo al que venerar, que podría ser al mismo tiempo tipo Ulaca, Lácara o ninguno de los dos, en función de la presencia de escaleras de algún tipo. Lo cierto es que las escaleras no abundan en los hallazgos que he realizado en la comarca cebrereña, lo que viene a ser la comarca de la Tierra de Pinares y las zonas colindantes de Gredos occidental.
La división del altar «tipo Cebreros», a su vez, en los subtipos «Cebreros A» y «Cebreros B», viene dada por el tipo de ídolo representado. El tipo A se adecúa a lo que he venido a llamar ídolos de cuello alto o cuello largo, que parecen representar a un ave o un reptil. El tipo B se refiere a ídolos de cuello bajo o cuello corto, compatibles con mamíferos cuadrúpedos, si bien el esquematismo de algunas representaciones no permite ir mucho más allá, creo que sería complicado precisar de qué tipo de cuadrúpedo se trata.
—¿Qué son el Titán, la Calavera y el Triángulo?
—El Titán y la Calavera son dos estructuras icónicas dentro de la Cultura de Cebreros. El Titán es una enorme roca situada sobre un promontorio de piedras ciclópeas que le sirve de gran peana, elevándose cerca de 20 metros sobre la base de las piedras apiladas. Una roca que en uno de cuyos extremos parece representar, en ciertas posiciones concretas, una faz, un rostro humano con rasgos propios del gigantismo, grandes pómulos y mentón pronunciadísimo, mueso, formando un ángulo recto casi perfecto entre la parte inferior de la boca y el inicio del cuello. Visto del único perfil que tiene (cabe decir que las representaciones escultóricas en piedra de esta Cultura no son simétricas, sólo tienen un perfil tallado, siendo anicónico el opuesto), parece tener sobre la cabeza un enorme y alargado casco que, como digo en el libro, se asemeja al casco de un contrarrelojista. Qué es o qué representa constituye un gran misterio. Para algunos, puede que no sea una imagen humana. Yo tengo muy claro que lo es. En todo caso, no se puede albergar ninguna duda de su tallado humano ni de su ubicación asentada sobre otra roca con la que casa perfectamente, como dos figuras de Lego. Es algo enigmático y que puede formar parte de la imagen más representativa de esta Cultura si esto se pone en valor como creo que podría pasar, a tenor de su belleza, su misterio y su enorme singularidad. De hecho, aparece en la portada del libro.
La Calavera es una representación de unos ojos mediante unas casi perfectas oquedades que generan la sensación de un cráneo humano. Son ojos almendrados insertados en una calavera con cierta forma de pera invertida. Todos aquellos deseosos de emociones alienígenas querrán ver un extraterrestre en la representación de esta escultura increíble, no muy grande, que descubrí el día en que localicé este emplazamiento mágico. Se sitúa a los pies del Titán. Un lugar donde casi se podría sentir un estremecimiento atávico, sin duda un lugar especial en el pasado, donde ubico además un poblado y una necrópolis próxima. Vi las oquedades, pero mi padre, con el que también iba aquel día, y que de alguna forma es codescubridor de este extraordinario escenario, vio -con su gran visión espacial- la forma de unos ojos, que apenas emergían del suelo, y el contorno de una cara. No he querido ver qué hay debajo, si tiene continuidad en algún tipo de cuerpo o todo queda en el cráneo, entre otras cosas para preservar el «anonimato» del predio, de este escenario telúrico que me aporta tanta energía cuando lo visito.
El Triángulo es la otra gran pieza enigmática de la Cultura de Cebreros. Un triángulo de unos tres metros de alto, casi isósceles, se yergue en un abismo de roca encajado en una abertura transversal. Junto a él, una piedra cortada en forma de fino tabique separa dos ambientes en la raja sobre la que apoya el triángulo, justo donde la falla es más ancha. A mí me parece una creación humana ese carril excavado, o al menos horadado a partir de una abertura natural. Su carácter anicónico, es decir, no icónico, pues no representa a persona o animal alguno, lo convierte en un betilo o monolito de función desconocida. Mi padre también aventuró la posibilidad de que se tratase de un observatorio astronómico, incluso de algún tipo de reloj solar o gnomon, y formuló la interesante hipótesis de que el monolito triangular pudiera ser desplazado a lo largo de la abertura transversal. Esta tesis la he hecho mía porque creo que es la más plausible, partiendo de la base de que todo en él es un misterio, un maravilloso enigma en un lugar donde un mal paso te puede condenar a una caída fatal a un abismo pétreo. En cualquier caso, y sea lo que sea, debemos tener la humildad de reconocer el desconocimiento de aquello para lo que se cinceló, constituyendo tal vez el ítem más enigmático de una Cultura llena de sorpresas.
—¿Cómo son los santuarios acuáticos que menciona en su libro?
—Menciono un altar encaramado en un cortado rocoso de granito que se precipita directamente sobre un arroyo del Alberche, en lo que podría ser algún tipo de lugar de ofrendas donde el líquido elemento jugase un destacado papel. No he podido hallar algún otro santuario de similares características que corroborase la existencia de un modelo a destacar.
—En pleno siglo XXI aún sigue siendo un enigma la extraordinaria dificultad de transporte y ulterior colocación de esas grandes piedras ¿qué opina usted al respecto?
—Creo que no se sabe con certeza cómo se pudieron acoplar estas grandes rocas, a veces desplazadas desde la cantera muchos kilómetros, los expertos siguen conjeturando sobre las técnicas que se emplearon, algo que es mucho más conocido en el antiguo Egipto. Tal vez sogas, taludes arenosos, troncos de árboles, gigantes forzudos o extraterrestres, todas las hipótesis se ponen sobre la mesa cuando hablamos de la Prehistoria, un territorio lleno de enigmas, de nieblas y de fantasías. Este es uno de sus principales encantos.
—¿Por qué cree que es una cultura inédita, nueva, desconocida hasta la fecha?
—Considero que es una nueva cultura por el carácter inédito del tipo de altar o santuario al conllevar un ídolo o tótem, normalmente zoomorfo, pero puede que también antropomorfo en los dos casos de los que hablo en Ídolos de Piedra. Y no es por el simple hecho de hallarse un ídolo junto al lugar de ofrendas, sino que creo que este tótem nos da a entender que este pueblo no tenía dioses etéreos, inanimados o basados en las fuerzas de la naturaleza. Tampoco adoraban dioses humanizados, como los celtas Vaélico, Cernunnos o Ataecina. Se trataba de dioses animales a los que se ofrecían ofrendas normalmente con animales previamente desangrados, en rituales perfectamente orquestados por un chamán. Y, por tanto, es una forma distinta de mirar al mundo, un pueblo con diferentes creencias en cuyo inconsciente colectivo ciertos animales se hallaban en la cúspide de la consideración religiosa.
—¿Qué significa para usted la figura del chamán?
—Sacerdote, brujo, chamán, hieróscopo, nigromante… Dedico buena parte de un capítulo a estudiar la figura del oficiante de las ceremonias de holocausto para ofrecer ofrendas de sangre a los dioses, a lo largo del devenir de la humanidad. El chamán me parece la figura clave que da sentido a los acontecimientos que mediaron en estos altares, y el único heraldo de los dioses, el personaje que conectaba el mundo terrenal con el espiritual y operaba en ambos mundos. Ahí están los asientos excavados en la roca, de los que he hallado abundantes muestras expuestas en este ensayo, como testigos silenciosos de su poder religioso que, aunque efímero en el tiempo, representaba la élite social en un mundo marcado por la incertidumbre. El chamán aportaba certidumbre al aplacar a las deidades coléricas mediante el regalo en forma de sacrificio.
—A pesar de ser un tema tan especializado, llama la atención el lenguaje cuidado y ameno de su obra. Es llamativa la cita del poeta Gerardo Diego que abre una parte del libro: «Prostérnate en mi altar si eres hispano. Si de otras tierras, mira, admira y calla». Realmente es llamativa la riqueza arqueológica de España, ¿verdad?
—Bueno, respeto mucho la figura del escritor y no me considero tal en sentido estricto. Simplemente, intento acercarme a la literatura a través de esta obra cuya génesis y desarrollo me ha ilusionado durante estos años, animado por la importancia que presupongo a los hallazgos contenidos en él. Admiro la lengua española y sus enormes recursos, y no me gustaría que se dijera que no la he tratado bien, con mis naturales limitaciones. La referencia a grandes poetas en mis dos libros publicados es una constante. Creo que la poesía es una extensión del alma en el manuscrito. No siempre es fácil comprenderla y mucho menos aún crearla, pero casi siempre es síntesis del pensamiento más profundo de un poeta o poetisa inteligente que sabe, con pocas palabras, llegar a lo más fino del ser, como en ocasiones lo consigue también la buena música.
Gerardo Diego tiene una significación especial para mí, pues dio clase a mi madre en el Instituto Beatriz Galindo de Madrid. Es uno de los grandes poetas de la historia de España, y estos versos extraídos de su obra Tresmares creo que se insertan en lo que, en esencia, constituye el tuétano de este ensayo de investigación. En mi cabeza imagino a extranjeros admirados por la grandiosidad de los santuarios hispánicos pertrechados con ídolos de piedra que miran desafiantes a todo aquel que se aproxima.
En cuanto a la riqueza arqueológica de España, ¿qué decir? Debe haber pocas naciones con una riqueza semejante. Excepciones hechas de Italia, Grecia, Perú y alguna más, no hay lugar con una concentración de culturas equiparable. Aquí han estado todos. Hay ciudades aún sin descubrir en suelo español, todo un reto para la arqueología moderna, ahora más capaz con las nuevas herramientas de detección de yacimientos no invasiva como el Lidar.
—¿Qué extensión superficial cree que tiene la Cultura de Cebreros? ¿Se supedita a la provincia de Ávila o excede sus límites?
—Pienso que se extiende en el tramo medio de la cuenca del río Alberche a su paso, sobre todo, por Ávila. Se puede hacer extensivo a sus arroyos tributarios y provincias limítrofes, si bien existen otras muestras en zonas remotas, como Galicia, por lo que no sería descartable una mayor amplitud espacial de la Cultura de Cebreros.
—El controvertido tema de los sacrificios humanos, al que le dedica una parte relevante de uno de los capítulos, ¿por qué razón lo ha destacado?
—El sacrificio humano ha existido siempre desde que el hombre es hombre. Me limito a recoger, en la parte introductoria del libro, un amplio repertorio de testimonios que nos han llegado en distintas culturas de diferentes lugares del planeta. Es evidente que en sociedades donde impera el «buenismo» tal vez no sea el mejor tema a considerar, pero se antoja necesario porque realmente tuvo lugar. Sin entrar en sensacionalismos, debió ser poco frecuente en comparación al sacrificio animal, sin embargo, existió en lo que ahora es la Península Ibérica, como dan fe los historiadores grecorromanos. Y no podemos descartar que se practicasen en los santuarios que recojo en el libro, tanto en los que presentan ídolo como en aquellos altares clásicos.
—¿Qué repercusión puede tener este hallazgo absolutamente inédito? ¿Ya se ha puesto en contacto con usted la Junta de Castilla y León u otra organización para desarrollar sus investigaciones y protegerlas?
—Pienso que es inédito a nivel de los grandes especialistas en materia de piedras sagradas. Hasta hace pocas décadas no ha comenzado a tener interés este tipo de monumentos, muy desconocidos aún hoy día para el gran público. Tal vez sea mejor así, porque las aglomeraciones no traerían nada bueno a tan frágiles piedras, agrietadas por el caer de los milenios sobre ellas, ya no aguantan el paso del tiempo sobre sí. Yo tengo sentimientos encontrados al respecto, porque cuando visito estos emplazamientos los siento como míos, y sé que con la publicación de este libro todo esto es muy probable que cambie, no sé si a peor o a mejor. Pero había que sacarlo a la luz, he esperado demasiado tiempo intentando completar el libro con más hallazgos.
Pero a nivel local hay personas como yo que han vislumbrado rocas en el entorno, incluso han escrito algunas pequeñas publicaciones. En lugares como Cenicientos, Cadalso de los Vidrios, San Martín de Valdeiglesias, Pelayos de la Presa, Almorox y algún otro pueblo, se encuentran muestras de la misma cultura. Y estas personas se han «adelantado» a mis hallazgos de forma puntual, pero no en la ingente cantidad de muestras que presento en este libro, así como tampoco en la magnificencia de los ídolos presentados, en mi humilde opinión. Además, lo principalmente novedoso de esta obra y que constituye su leitmotiv es el hecho de emitir la hipótesis de una cultura nueva, que además no tiene que ver nada con etapas celtas, como estos trabajos indican, siempre desde mi punto de vista. Yo lo sitúo bastante más atrás en el tiempo, en el tránsito de la Edad de la Piedra a la Edad de los Metales, probablemente en el Neolítico Medio o Tardío, como comentaba anteriormente, en el suave despegue hacia el Eneolítico o Calcolítico, incluso creo en la continuidad temporal en su fabricación. Es probable que durante milenios este pueblo se ocupara de erigir estos ídolos. Se aprecian una evolución, un perfeccionamiento técnico y un aumento del realismo en algunos tótems.
En cuanto a las autoridades públicas, de momento no ha habido lugar a que ninguna autoridad en la materia se ponga en contacto con nosotros. Hemos comenzado a contactar con expertos en arqueología prehistórica, a la espera de ver la acogida de estas manifestaciones.