En la calle Vallehermoso, en Madrid, existe una puerta —presidida por un dodó— que lleva a adentrarse en una de las más originales e inspiradoras “librerías de viejo” de la capital. Allí el escritor Daniel Bolado recibe sonriente y tranquilo a los buscadores de tesoros en papel. Todo lo tiene en la cabeza. No usa ordenador para su labor de bibliofilia y la clasificación de libros en este laberinto de anaqueles es precisa y afortunada.
El nombre de esta librería, Libros Dodó, procede de la idea de Bolado de que son todos libros raros, extintos y resucitados.
Daniel Bolado, nacido en México, ha vivido en varios países como Grecia e Israel antes de residir en España. Siempre activo en el mundo cultural, colabora asiduamente en revistas, periódicos… y hace pocos días la editorial Cuadernos del Laberinto ha publicado su obra Leyendas topográficas, un libro que desprende belleza en sus cuatro esquinas.
La poeta Ana María Cuervo de los Santos habla sobre esta novedad editorial y lo aconseja porque: “Daniel Bolado ha creado un mundo onírico, irreal, borgiano cuyos personajes son litófilos, ciegos, mudos, verborreicos, fugitivos, buscadores… aunque nadie busca un horizonte cuando se es parte de él. La delicadeza se mezcla con el humor negro en una reflexión sobre la vida donde las criaturas que pueblan las Leyendas topográficas libran una lucha inconsciente contra la extinción. Esto es lo que no pudieron evitar los protagonistas de la segunda parte del libro, titulada precisamente Historias de extinción que brota como un reflejo, como el eco de un espejo que ha sucumbido al paso del tiempo pues: A mitad de camino siempre está el final».
—¿Cuál es la génesis del libro “Leyendas topográficas” y cómo lo definiría?
—La génesis del libro es el desarraigo. Aquel que no ha crecido como árbol tiene una mayor sensibilidad con el viento, aquel que no busca ocupar un espacio pasa de puntillas por ellos. En mi caso, más que un apego a un espacio geográfico hay un cierto apego a la imaginación que me transita.
Y diría que es un libro de topografías ficticias que tienen un relieve interior mayor que cualquiera exterior. Con historias mínimas construidas a partir de la poetización topográfica de un vacío.
—En su libro hay una fuerte referencia al olvido como cimiento de la literatura. Explíquenos esta cualidad de sus textos.
—El olvido y el silencio son los cimientos y el espacio, sin ellos no hay construcción ni expresión posible. El olvido puede abrir horizontes a la invención y todo aquello que no organiza y que no hace una composición de sus silencios sólo produce ruido, aturdimiento y vorágine.
—La segunda parte del libro es “Historias de extinción”. ¿Qué encuentra el lector bajo este epígrafe?
—En las leyendas topográficas los personajes son fugaces e intrascendentes, casi no tienen forma, son parte del paisaje. En las historias de extinción los animales son como un paisaje biológico que se esfuma, desaparece. Hay animales extintos, o cercanos a ella, aunque haya ficción. Más que el animal imaginé las cualidades que se extinguían con dicho animal, a pesar de que en las cualidades participara el mito, la leyenda o el rumor.
—Es palmario que una característica importante del libro es su distribución tipográfica, así como el formato (apaisado). ¿Se lee el mismo libro diferente en diferentes ediciones, como dictaba Juan Ramón Jiménez?
—La disposición tipográfica de un texto puede matizar, enfatizar, alterar las palabras y, por lo tanto, los conceptos. Está claro que no se lee igual una frase con signos de interrogación que sin ellos, ni escrito con mayúsculas que sin ellas, así también el espacio entre cada palabra nos hace agrupar los contenidos de diversa manera, modificando significativamente el texto.
Por otro lado, el interlineado, los márgenes, las ilustraciones y el formato mismo del libro participan en una lectura más plena, reposada e idónea para la creación de una burbuja más lograda donde se le pueda sacar mayor provecho a lo escrito. No es lo mismo leer de pie que sentado, ni rodeado de gente que habla que en silencio, ni en letra pequeña o grande, etc. Una buena edición tiende a incrementar la holgura mental y la belleza implícita de un texto. Nos predispone, nos hace más receptivos.
—Cuenta en su haber con dos libros anteriores: Fragmentos y fantasías y De cómo introducir un cadáver en un bolsillo, publicados en México por la editorial Taller Ditoria. ¿Cómo ha sido su evolución como escritor?
—De los dos libros que mencionas, Fragmentos y fantasías es un libro de inspiraciones, ardor y viajes, caótico y escrito a impulsos. Libro acordeón lo llamé porque lo reescribí constantemente durante varios años haciéndolo más grande o más pequeño según mi estado emocional. Es un libro roto, donde lo que queda son trozos, retazos de algo que no se quiere mostrar.
El otro, De cómo introducir un cadáver en un bolsillo, es un tríptico. La primera parte que da título al libro es una reflexión metafórica sobre las escenografías de la violencia, con citas y poemas de corte aforístico que complementan o dan vertientes diferentes a las breves reflexiones. La segunda parte son poemas en forma de galería de personajes como Heráclito, Fra Angélico, María Magdalena… Y la tercera parte de este tríptico la titulé Corte y confección de letras porque usé el origen del alfabeto para jugar poéticamente. Es un libro poliédrico, con citas, reflexión, aforismos, prosa y poemas.
Diría que en mis textos más recientes hay menos ingenuidad e ilusión, son un poco menos obsesivos, no buscan la perfección, procuro centrar más lo que me interesa hacer y pulir menos lo que he conseguido. Dejo que reposen más en el interior para que el abandono sea más fluido. Lo que de verdad nos interesa son flores que brotan en cualquier terreno y circunstancia. El azar es un gran maestro si aprendemos a colaborar con él.
—La extinción procede de la debilidad, pero esta característica es para usted un signo de fortaleza. ¿Cómo explica esto?
—Más bien creo que la extinción poco tiene que ver con la debilidad o la fortaleza, además, la adaptación como especie no es la misma que la personal. Más que la extinción o la duración lo que está más cerca de nosotros es la sensibilidad temporal. Dejamos de existir cuando se nos olvida que somos inmortales.
—¿Cuál es la diferencia entre poesía y prosa? Ya que su libro navega entre la frontera de estos dos géneros.
—Algo de eso hay. No sé crear otra cosa que híbridos. A veces tienen más de una cosa que de otra. Al escribir no reparo si es prosa o poesía. Diferenciar entre una y otra puede servir para explicar pero poco para crear. En mi caso, la poesía prefiere la ambigüedad clara y amplia, la precisión doble o triple, el vacío… la poesía es una semilla que crece mejor en el silencio. La prosa es un hilo que aunque sea muy fino podemos seguir. La poesía no necesita que se la siga, sino que se la habite aunque sea un instante. En cualquier caso, la prosa y la poesía la quiero concisa.
—Aparte de escritor, es usted también librero de viejo ya que dirige en Madrid la librería Dodó. ¿Cómo es esta faceta profesional? ¿En qué se caracteriza su librería?
—No me gusta el comercio, pero los libros siempre han sido un agujero mágico que te permite irte de donde estás: dormir y leer tienen eso en común, además del soñar, claro. La llamé Libros Dodó (libros raros, extintos y resucitados) por recuerdos de la infancia. Es una librería organizada temáticamente, con pizarras orientativas y pensada para gente que busca encontrar libros que no conoce o que tenía olvidados.
—Su biografía es la de un hombre errante que ha vivido en muy variados países. Cuéntenos sobre sus viajes y qué países le han marcado más.
—El que viaja de verdad muda de piel. No se trata de tomar un avión muchas veces. Se trata de alejarse de uno mismo hasta que consigas desconocerte, verte extraño, sentirte ajeno. Buscar es una cualidad humana que, cada vez más, no importa usar. El extravío se vive con miedo cuando puede ser fuente de placer. Y, sí, vivir en una isla griega fue aleccionador, como también ser pastor de cabras y ovejas en Galilea, o estar entre beduinos, pero también vivir en Asturias y de niño en México aprender que las cosas desaparecen para siempre y que no hay nada mejor que usar una nueva piel que no conocías.
—¿Con qué personaje histórico se iría de cañas?
—Más que intercambiar palabras suelo admirar a la gente capaz de recluirse interiormente y guardar silencio. Me interesan los cartujos, ermitaños, peregrinos budistas, taoístas, sufís y cualquiera que no haya hablado mucho. Recuerdo la impresión que me causó un pastor beduino que sólo sonreía y me hacía señas para explicarme el comportamiento de los animales.
—¿Qué le pide a la vida?
—A la vida le pediría lo que no puede darme por eso no le pido nada.
—Recomiéndenos un libro y una película.
—De niño, la película Los pájaros de Hitchcock me provocó miedo, más tarde Andréi Rubliov de Tarkovski me impresionó, Ran de Kurosawa me sobrecogió… son tantas… decir una u otra depende del momento.
Lo mismo sucede con los libros, podría mencionar las obras de varios filósofos y poetas chinos y japoneses: Zhuang Zhi, Yoshida Kenkô… o a los presocráticos, Montaigne… Disfruto autores como Cicerón o Aristóteles; admiro a Hume y Spinoza, siento debilidad por varios poetas… En fin, soy lector, sobre todo, de ensayo y poesía, y la narrativa la prefiero breve, me inclino más por el cuento que por la novela.
ORNITORRINCO
Al ornitorrinco se le calificó de animal paradójico porque tenía tetillas de mamífero, pico de pato, patas palmeadas y ponía huevos. Estudiando su cuerpo disecado se llegó a la conclusión de que no existía, que era un truco, algo creado en el oriente, como las famosas sirenas que hacían los chinos con monos y cola de pez, cosidos de una manera tan sutil, que parecían reales.
Menos mal que se dudó de su existencia durante muchos años, si no, tal vez, ya no existirían, como las sirenas, que se creyó tanto en ellas que no necesitaron existir para desaparecer.
22
No había otra cosa que espejos.
Entrar era acristalarse y azogarse,
desdoblarse,
volverse múltiple,
desconocerse.
¿Cuál la causa, cuál el efecto,
quién hace, quién reproduce?
La realidad era mimética, se escondía en la visión.
Ahí,
los ciegos eran los únicos con opinión propia
ya que también eran mudos.