Reciente, los lectores pueden encontrar en las librerías de toda España un interesantísimo anaquel del escritor y pintor Alfredo Piquer Garzón: Écfrasis (editado por Cuaderno del Laberinto), que recoge una serie de artículos sobre poesía, música y plástica.
«Écfrasis» es la descripción literaria de una obra artística. En términos generales, y tal vez desde una acepción actual y más amplia, la explicación verbal de una imagen. Por tanto, la écfrasis establece uno de los vínculos tradicionales entre literatura y plástica. Como paradigma, Homero describe minuciosamente, en el libro XVIII de la Iliada, las escenas representadas en el escudo de Aquiles labrado por Hefaistos, tal como recoge la cubierta de este libro.
Redactados de manera independiente y a lo largo de un periodo que va desde el año 2008 hasta el 2022, los temas de los artículos que componen este libro son diversos, pero, sin embargo, existe un hilo evidente que los vincula en mayor o menor grado como sea tal vez y sobre todo la poesía misma; tal vez en ese contenido tácito esté su común denominador; incluso en los referidos a música, en los que subyace asimismo un significado poético.
A lo largo de sus páginas se encuentran personajes tan fascinantes como Henri Fantin-Latour, Jacques Offenbach, Manuel Machado, Swinburne, Poe, Julio Verne, Zenobia y Juan Ramón, Luisa Casati Stampa, D’Annunzio o Joan Báez; así como temas tan sugerentes como Muerte y Poesía, Hillbilly, Country, Bluegrass y Folk, Litografía y Música o La Dama de Shalott.
Una obra que, además, se alzó con el galardón del IV Premio Internacional Cuadernos del Laberinto de Pensamiento entre 51 originales recibidos de 10 países.
—¿Qué va a encontrar el lector bajo el título de Écfrasis?
—Soy consciente de que tal vez para una mayoría el término pueda resultar inusual y por eso algo enigmático. Es un término propio de la historiografía del arte. Desde su etimología griega significa descripción literaria de una obra artística. Pero quizá pueda llamar la atención precisamente por eso, por su incógnita inicial. El paradigma de la écfrasis es la descripción del poeta griego Homero del escudo del héroe Aquiles en la Ilíada.
En el libro hay, por tanto, una serie de artículos que se refieren a temas de la historia del arte, de la literatura y de la música, y tal vez se centra sobre todo en la poesía, un poco como leitmotiv, o a modo de hilo conductor interno, que estructura o vértebra unos y otros.
Se trata de artículos escritos en un periodo de tiempo largo sobre temas tales como la música de Wagner o de Offenbach, las leyendas artúricas o la poesía victoriana y la pintura prerrafaelista, hasta la poesía de Manuel Machado o de Juan Ramón Jiménez y la música folk norteamericana ya en el siglo XX, hay un panorama en el que se puede espigar una lectura personalizada que espero resulte del mismo interés que a mí me ha suscitado su escritura.
—Nos encontramos personajes tan fascinantes como Henri Fantin-Latour, Charles Swinburne, Poe, Julio Verne… Claramente, hay una predilección por finales del siglo XIX.
—En orden cultural el siglo XIX es fascinante. El mundo está ya en puertas del proceso de globalización, pero paradójicamente parte del planeta permanece aún inexplorado. Los países occidentales conservan o buscan todavía rasgos de identidad propios; los hitos de la cultura presentan entonces también características de intensidad especial. Así, al menos, las vemos ahora, porque es verdad que la historia se construye de modo parcial. Pero el valor de lo que hay es objetivo. Por otro lado, los diferentes terrenos de manifestación y creación cultural se relacionan entre sí, se interconectan: la obra litográfica de Fantin-Latour es un claro homenaje a la música de Wagner, Brahms, Schumann o Berlioz que además es vanguardia en ese momento. Quizá porque en el verdadero arte hay siempre una actitud progresista. En la pacata Inglaterra victoriana, la poesía de A. C. Swinburne es rompedora, es iconoclasta, pero de una hondura especial; lamentablemente, no muy conocida ni editada aquí. Qué decir de las novelas de Julio Verne, que se han visto siempre como literatura infantil de aventuras o de ciencia ficción, cuando en realidad contienen una información geográfica y científica notable, como síntoma de los avances tecnológicos de su época y, sobre todo, como he tratado de poner de manifiesto, con un fondo poético especial. Al igual que Edgar Allan Poe, cuyos personajes, sobre todo los femeninos, son absolutamente poéticos. En conjunto, el siglo XIX es efectivamente una época culturalmente fascinante.
—También en el libro nos encontramos con su gran amor hacia la litografía.
—Creo que efectivamente queda de manifiesto y me he puesto en evidencia. La litografía ha sido mi profesión. Estudié y aprendí su técnica en la Escuela de Artes Aplicadas y después en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense, y a mi vez la he enseñado y transmitido a las promociones de alumnos de Bellas Artes a lo largo de bastantes años en la Facultad, donde ha sido posible trabajar con las antiguas prensas francesas y sobre las piedras litográficas, exactamente igual que Toulouse-Lautrec o el propio Fantin-Latour. Publiqué hace tres años un manual explicativo y práctico de su técnica. La litografía permite reproducir en el papel de las estampaciones resultantes el dibujo directo de la mano del artista sobre la piedra.
Pero la litografía tiene una importancia histórica enorme: es el origen y precedente directo de muchas otras técnicas de impresión actuales, como el offset o la electrografía; y en su momento revolucionó radicalmente la tecnología de impresión existente basada solamente en la tipografía y las ilustraciones en relieve. Además, supuso el auge de la prensa periódica, del cartel publicitario, etc., y muchos otros ámbitos de difusión. Y, por tanto, de la crítica política y social, de la propaganda, de la publicidad, etc., ya que respondía eficazmente a la actualización de lo tecnológico acorde con el número y la realidad social. Permitió la convivencia de sus tareas y cometidos industriales y comerciales con sus fines estrictamente artísticos. Está, por tanto, directamente relacionada tanto con la difusión masiva como con el arte, la literatura e incluso la música. Desde ese doble conocimiento de su técnica y su significado histórico se comprende la verdadera identidad del trabajo tanto de los artistas como de los impresores en su contexto original.
—Los prerrafaelitas están muy presente en sus ensayos.
—La Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX es en cierta medida sórdida y también prosaica. El país se sumergía rápidamente en un proceso de industrialización con todo lo que ello conllevó en sus inicios: cinturones fabriles, aumento de la diversificación social, despoblamiento rural, incremento de la clase obrera y el proletariado, etc.
De ahí la necesidad de artistas y poetas como contrapunto a ese ambiente gris y de esa sordidez. Por otro lado, el siglo XIX supone para muchos países el momento de búsqueda de sus raíces nacionales, de las propias señas de identidad, de las características individuales que conformaban su idiosincrasia peculiar e histórica.
No cabe duda cabe que las leyendas artúricas y la tradición medieval están presentes tanto en la plástica del grupo prerrafaelita como en su poesía, y por eso también Shakespeare, otra referencia evidente en todo ese trabajo creativo.
El arte prerrafaelita pone entonces la contrapartida de leyenda, de espiritualidad, de poesía y también de color en esa Inglaterra industrial y gris que fue en buena medida la época de la reina Victoria. Por otro lado, la influencia del prerrafaelismo en los movimientos posteriores —tanto plásticos como literarios: modernismo, simbolismo o parnasianismo— fue desde luego notoria.
—Háblenos sobre su fascinación por La Dama de Shalott.
—Es cierto. Como he contado en el propio artículo del libro, conocía la canción de la cantante canadiense Loreena Mckennitt. De ahí parte el inicio de mi interés por la leyenda de la Dama de Shalott, y también porque precisamente los pintores victorianos la representaron en numerosas ocasiones; en concreto y en esa estela del prerrafaelismo, William Waterhouse.
Pero la letra de la canción de Loreena Mckennitt era precisamente el poema que tal vez dio más fama al personaje: la Dama de Shalott de Alfred Tennyson, que en ese contexto de la Inglaterra victoriana lo retomó de la leyenda artúrica para recrearlo a su modo y reconstruyó quizá el carácter y el halo de misterio de la dama, más allá del propio relato antiguo.
Y había que rastrear el origen del personaje que efectivamente se remontaba en el contexto de las leyendas artúricas a la alta Edad Media, y que a través de los diferentes entornos, desde Geoffroy de Monmouth, Chrétien de Troyes o Thomas Malory, ya en el Renacimiento, había llegado hasta Alfred Tennyson en el siglo XIX, e incluso hasta la música y diría que al imaginario colectivo, ya en el siglo XX.
La Dama de Shallott ha sido uno de los temas que me ha permitido estructurar precisamente la filogénesis, creo que verosímilmente, de una serie de factores seguramente ya conocidos, pero tal vez faltos de conexión.
—Otro personaje que aparece en Écfrasis es Zenobia Camprubí Aymar, que parece que siempre se menciona ligada a su marido, el premio nobel Juan Ramón Jiménez.
—Cayó en mis manos el libro, de Juan Ramón Jiménez, Diario de un poeta recién casado (de 1916), que me había interesado desde hacía tiempo y no había leído. Me incidió particularmente lo que en realidad es el canto enamorado del poeta a su mujer Zenobia Camprubí, en un viaje a Estados Unidos; canto enamorado que añade además a su lirismo la inspiración que proporcionaba la travesía del mar. Si bien, que el propio autor define como «breve guía de amor por tierra, mar y cielo».
De la cierta exégesis del libro se pone de relieve enseguida la importancia y el valor del objeto de los poemas de Juan Ramón: su esposa Zenobia. Dice el aforismo, en una derivación del sentido del francés «cherchez la femme«, que «detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer». Y es el caso, porque Zenobia Camprubí, implicada durante la segunda república española en actividades que llamaríamos hoy feministas, bien es verdad que en una época en que solamente las mujeres que aunaban formación intelectual y posibilidades económicas se proyectaban hacia una labor altruista, pero de méritos sobrados en cuanto a su tarea y su actividad personal para destacar con brillo y entidad personal propios, quiso voluntariamente permanecer detrás de Juan Ramón y dejar al poeta la primera posición.
Pero qué duda cabe además de que fue ella precisamente el acicate, el estímulo que empujó siempre la tarea del poeta. La puesta en relieve y en valor de la figura de la mujer no es algo que haya que buscar deliberadamente cuando se glosa la figura —por otro lado, fundamental— de Juan Ramón, sino algo que fluye y se manifiesta espontáneamente, precisamente por su propio relieve intrínseco.
—¿Qué supone el apoyo de haberse alzado con el IV Premio Internacional Cuadernos del Laberinto de Pensamiento con esta obra?
—Confieso que presenté el libro al concurso sin demasiada esperanza, porque se trataba de un conjunto de artículos que, aun con vínculos entre sus temas, eran independientes; no era un ensayo único. La sorpresa y la alegría fueron aún mayores porque a posteriori tuve el dato de que se habían presentado un buen número de originales de diferentes países.
Para mí, desde luego, el premio supone reconocimiento a una labor y sobre todo a una inquietud que no es solamente lírica, sino que quiere ser, y creo que debe ser, también intelectual; diría necesariamente, y en el mejor sentido del término.
Por tanto, el aliciente para seguir escribiendo aún con más énfasis si cabe y la gratitud a la editorial convocante, Cuadernos del Laberinto, por la labor editorial y cultural que lleva a cabo eficazmente desde hace años de manera ya sobradamente acreditada.
—¿Cómo ve la vida cultural en la España de hoy en día?
—No me atrevería a hablar en términos generales o nacionales, porque no tengo demasiada perspectiva de lo que pueda suceder en otras regiones o ciudades, y muchas veces es sorprendente la ventaja que suponen determinados hitos fuera de lo que consideramos la metrópolis. España ha sido desde siempre un país con vocación cultural y, sin embargo, maltratado. Durante largos periodos y aún recientemente, por determinadas políticas y también por los medios de masa, actualmente muchos al servicio precisamente de esos mismos intereses, no precisamente culturales. Algunos hechos recientes de censura de obras teatrales y otros espectáculos me parecen absolutamente intolerables en una sociedad libre, democrática y mínimamente culta.
Aunque se ha incrementado y ha cambiado para bien la concepción de los museos, por ejemplo, echo de menos el ambiente de efervescencia de las artes plásticas que hubo en los 70 y 80, por ejemplo, y que ha desaparecido.
Si hablamos de poesía, es verdad que se ha producido en la actualidad una especie de eclosión de autores y publicaciones, pero creo que hay en ello mucho de negocio y oportunismo mediático y carencia de un criterio, a veces de mínima calidad literaria. Son muchos los vectores y compleja la valoración, pero creo con todo que la perspectiva debe ser siempre positiva.