La autora Ana María Cuervo de los Santos acaba de publicar El sol no va en bicicleta, en la editorial Cuadernos del Laberinto. Esta poeta —nacida en París, pero afincada en Madrid desde hace muchos años— crea una obra elegante, cargada de emociones y que trasmite un universo en donde los detalles de la vida cotidiana iluminan las zonas más trascendentales y dramáticas del devenir (donde algunos hombres guardan piedras preciosas / en los agujeros rotos de sus zapatos tristes).
Ana María Cuervo se centra en temas como el arte, la pasión amorosa, la madre ausente, el propio cuerpo o la visión de una ciudad que se desvanece en la lluvia para aflorar en el lector sensaciones profundas y adheridas al alma. Es su poesía una aleación de memoria, entrañas e inteligencia donde la mortalidad y la eternidad se enhebran con belleza y sentido pleno.
Y, acaso, entonces, el alma suelto el lastre respire,
o, acaso entonces, tu soberbia la arrastre
a un nicho anónimo y mortal: sin luz ni eternidad.
Anteriormente a la publicación de El sol no va en bicicleta, la autora ya deleitó a los lectores con Urmuzios. Escenas dadaístas y con Luna de agua y peces; y además su fama y buen hacer la llevaron a participar con sus poesías en la película mexicana Historias desde la oscuridad, del director Roberto Bolado.
Hoy en día, considerada por los críticos y lectores, como una voz clave en la poesía contemporánea española, Ana María Cuervo de los Santos “nos muestra una visión poliédrica, pasional y crítica de la vida, haciéndonos viajar a través de veinticuatro ventanas abiertas a su interior más profundo e íntimo”, tal como indica el prologuista Julio Santiago.
—El sol no va en bicicleta, su nuevo poemario, acaba de llegar a las librerías de toda España de la mano de la editorial madrileña Cuadernos del Laberinto. ¿Qué es lo que da vida a este libro, qué encuentra el lector en sus versos? ¿Cómo ha sido el proceso de creación de este poemario y cómo sintió que tenía que ver la luz? Hable de su libro y qué destacaría del mismo.
—En este libro, la temática es variada, sin embargo, hay un motivo común y es el deseo de mostrar diferentes momentos que de alguna forma me han conmovido. En ese sentido, los poemas oscilan desde contenidos de corte más personal como el poema de Madre o Insomnio a poemas con referencias más sociales como Europa o La otra orilla. Es un libro en el que hablo sobre la vida, lo que no comprendo, también lo que me gusta; y también hablo de la muerte, lo que tampoco comprendo o lo que me duele. En resumen, diría que es una obra que invita a disfrutar de la poesía a la vez que a reflexionar.
Este poemario lo he escrito en unos pocos años, aunque en el tiempo de pandemia no fui muy productiva. En general, los poemas rondan por mi cabeza y van madurando hasta que en algún momento, doy forma a esas ideas. En El sol no va en bicicleta, fui escribiendo poemas hasta sentir que tenía que cerrar una etapa y concluí la obra con Yo también he bajado a los infiernos que tiene algo de tránsito y resurrección.
—¿De dónde surge el tronco central de sus poemas, esa irrealidad por futuro, o esa mirada árida al pasado?
—Es una mezcla de ambos enfoques porque construyo mis textos a partir de mi propia experiencia, de la observación, de lo que escucho y, en ese sentido, son pasado y es cierto que mi mirada es crítica. Por otro lado, a pesar de que ese pasado pueda ser doloroso, la voz que predomina es una voz esperanzadora, un intento de mejorar desde el conocimiento y de disfrutar de la belleza que encierra lo que nos rodea, de la belleza de lo cotidiano.
—El sol no va en bicicleta parece un verso dadaísta ¿Es un guiño a su anterior libro Urmuzios. Escenas dadaístas (Verbum, 2015)?
—Es verdad que suena muy Dadá. Realmente, no pensé en Urmuzios en sí mismo, quizá porque es un libro de relatos, pero sí es un título que pretende jugar con la imaginación del lector, evocar un viaje por los diferentes poemas. Y ese sol nos acompaña a lo largo del viaje, iluminándolo, de ahí esa búsqueda de la belleza de la que hablábamos antes. Para mí el dadaísmo es muy importante por lo que tiene de libertad, de juego, y de alguna manera eso está en este título.
—¿Qué le ofrece la poesía en comparación con la narrativa?
—Quizá una diferencia fundamental, además de la forma, evidentemente, es la instantaneidad. La lírica captura el instante y lo reproduce también brevemente. La narración se prolonga en el tiempo tanto en su elaboración como en su lectura, puede que la excepción sean los microrrelatos. Con esto no quiero decir que los poemas no tengan un proceso de creación, que lo tienen. Además, me atrevería a decir que, de una forma u otra, la presencia de la belleza es una constante, incluso, cuando el poeta se centra en lo feo, en lo oscuro, en el desánimo. Por otra parte, la poesía es un recorrido por nuestro interior que no suele estar presente en la narración.
—Es usted profesora de Lengua Castellana y Literatura. ¿Cómo logra inculcar la poesía entre sus alumnos?, ¿qué consejos daría a los jóvenes que se inician en el mundo de la escritura?
—Es difícil en un mundo invadido por la imagen inculcarles la lectura en general. Para la poesía, uno de los principales problemas es que los jóvenes la sienten como algo lejano e inútil. El reto es acercarles a ella, se puede empezar como un juego, o mostrarles que sus cantantes favoritos escriben versos y rima. Me parece interesante que conozcan a distintos poetas y los escuchen. Tengo la suerte de que cuando invito a poetas a compartir una clase con mis alumnos, vienen encantados y a los chicos y chicas les gusta la experiencia.
A un joven que comienza a acercarse al mundo de la escritura, le diría que lo más importante es leer mucho, de forma variada y constante porque así podrá aprender a expresarse con su propia voz. Hay que conocer a los grandes escritores antes de lanzarse a esta aventura.
—¿Qué lleva a un escritor a desear publicar, cómo se vence el pudor a mostrarse sin tapujos ante los lectores?
—Hay una mezcla de varios aspectos, puede que el más relevante sea el deseo de compartir con los demás tu visión de la vida. El pudor se vence con la vanidad, puede que los poetas, y los artistas en general, seamos un poco vanidosos y en el gesto de publicar haya algo de: ‘Mira qué bien escribo y cuánta razón tengo’. ¡Pero eso tampoco está mal si no te lo crees mucho!
—¿Qué la mueve a escribir?
—Es una pregunta que me resulta difícil contestar. Escribir es un impulso que forma parte de mi vida. Necesito plasmar en palabras los sentimientos que nacen en mí cuando algo me gusta o me disgusta, necesito darle forma a ese sentimiento porque me sirve para comprender y para recordar. Y también para compartir a pesar de que no haya respuesta de los demás.
—¿Cómo ve el mundo de la cultura en la España de hoy en día?
—En nuestro país, siempre hay personas haciendo cosas muy interesantes en todos los ámbitos artísticos, no solo en la literatura. Creo que hay gente con muchas ganas de crear. Lo que echo de menos es que haya más espacios para la creación, para la puesta en común, para la exposición. Me encantaría que hubiera festivales de literatura como hay festivales de música o de cine, como hay exposiciones de pintura. Vivimos en un país en el que, históricamente, ha habido grandes autores y es necesario que haya un impulso desde las instituciones para que eso siga siendo así, invirtiendo en espacios de creación sin censuras ni límites.
—¿Cuáles son sus poetas fundamentales y cuáles destaca de la poesía actual?
—Hay dos poetas que me resultan fundamentales, de los que he aprendido la poesía y que me han acompañado desde niña, Juan Ramón Jiménez y Gustavo Adolfo Bécquer. Son los maestros. Eso no significa que no piense en otros que son imprescindibles en castellano, como Lorca o Garcilaso de la Vega. En otras lenguas, cualquiera de los autores simbolistas, poetas orientales como Li Bo, Wang Wei, Basho, Issa… ¿Mujeres? Sylvia Plath, Gloria Fuertes, Alejandra Pizarnik, Wisława Szymborska…
Entre los poetas actuales de mi generación, destacaría a cuatro escritores en lengua castellana, María José Cortés, Julio Santiago, Daniel Bolado, María Salgado y Noni Benegas.
—¿Cómo definiría en cinco palabras su estilo poético?
—Una poesía intimista y crítica.
Hojas
Las hojas, agitados pies de bailarina,
bailan unidas ya sin fuerza a la rama.
Las caricias de los tu-tús se esparcen en las sombras.
Inesperado, comienza el cortejo del viento
y las hojas giran y giran alocadas.
Desatadas las cintas de las zapatillas,
en la tierra cae una lluvia de ondas,
una tierra de ondas que se desliza crujiente.
El otoño está oculto bajo sus faldas doradas.
Antártida
Ilumina el cielo la claridad de la nieve
más cercano en estas tierras extremas.
Los pingüinos con un tesoro de espinas en su pico
sacuden las gotas de sus aletas con plumas
casi ciegos bajo las inmensas olas del viento,
petrificados por la estufa de su propio calor.
Sobrevuelan las orillas del mar las gaviotas
con la muerte aguardando en sus chillidos de plata,
sabedoras de su imperio en el inmenso vacío.
El hielo despedaza las nubes y el aire,
recorta la distancia entre la nada y la nada.
Nunca vio Scott un paisaje tan bello
antes de caer muerto sobre la tormenta de sus lágrimas.
¡Oh, cuerpo!
Tú, cuerpo, soldadura inconexa, con el tiempo inundada
por rechinos de pústulas y enfermedad,
por posos de horas inacabadas fluyendo
a lomos de rencores, avaricias y miedos.
¡Oh, cuerpo débil, de una nada oteador sin principio ni fin!
¡Oh, cuerpo orgulloso, precipitado
en sordas corrientes de vísceras y sangre!
¡Oh, cuerpo malhadado, máquina inútil,
un día las torpes ligaduras se romperán!
Y, acaso, entonces, el alma suelto el lastre respire,
o, acaso entonces, tu soberbia la arrastre
a un nicho anónimo y mortal: sin luz ni eternidad.