Hace ya mucho tiempo, en otros parlantes, hemos dicho que estamos viviendo los últimos días de una era, la era del rock n’ roll, esa que empezaba en 1956, y que está llegando a su fin. Ahora es Tina Turner, quien ha partido en un vuelo interestelar hacía las estrellas más lejanas y brillantes del firmamento musical.
Una mujer con una vida llena de sacrificios desde la infancia, hasta que en un momento de ese recorrido, el canto y el gusto por la música se adueñaban de su existencia. Son muchas las letras escritas sobre su vida sentimental, y su agotador matrimonio con Ike Turner. Aquello era fácil de predecir. Solamente restaba poner una fecha final a esa nada apacible convivencia.
A lo que pocos se atrevían, era a pronosticar que en 1984, aquella mujer de 45 años pudiera elevarse cual reina de la divinidad negra, a unos altares que aún no se habían construido. Estaban otras diosas esperando recoger el certificado de propiedad de su respectivo trono. Entre ellas Aretha Franklin, Donna Summer, Gladys Knight, Diana Ross, o tal vez Roberta Flack.
Sin embargo, ninguna de ellas fue capaz de recoger más peces con tan poca red, como Tina Turner. Es posible que pocos lo digan, y que otros se lo callen. Gran parte de ese triunfal regreso y popularidad fue gracias a MTV. Las otras reinas que parecían tener ya su corona, nunca gozaron del mismo tratamiento en aquel recién nacido canal musical que estaba dictando el esquema de la cultura pop que aún hoy sufrimos.
Era yo un adolescente en el verano de 1984, escuchando la radio en el estado de la Florida. La emisora era Magic 96, y el locutor dice que va a estrenar un sencillo de un álbum que ha nacido por la casualidad. La cantante, Tina Turner, y la canción «What’s Love Got To Do With It».
En aquel instante, y sin estar yo muy interesado en aquel momento en la música negra, pude percibir que aquello era más que una simple canción. Era una declaración de intenciones de alguien que venía a buscar su botín perdido.
La canción se fue directo al primer lugar en septiembre de aquel año, y Tina se perfiló como un rostro más que familiar en todos los medios. Imágenes de cuerpo entero en las discotiendas, centímetros en los periódicos y revistas especializadas. Aquella mujer, ya no estaba solamente en las radios negras, había cruzado el río Jordán y se había sentado en el trono que esperaban otras.
En pocos meses, esa magia del reconocimiento se apoderó de su vida y nunca más la dejaría sola ante la adversidad. Amigos, colaboradores, letristas, músicos, publicistas, y hasta familiares, todos buscaban a la mujer que parecía la nueva genio del negocio. Madonna y Whitney Houston, son de otra liga. Un campeonato que ellas inventaron para ellas mismas. Tina, jugaba en la división de la gente, del pueblo.
Nunca más tendría una canción en la primera casilla en Estados Unidos. En verdad, ya a nadie le importaba. El mito era adorado por los más grandes. Mick Jagger, David Bowie, Bruce Springsteen, Rod Stewart, Quincy Jones, Ray Charles, y muchos más. Nunca, jamás, otra cantante femenina tendría la misma implicación con los artesanos del rock como ella. Ella venía de las ciénagas, venía de recoger algodón, venia de levantar el pico y la pala.
Tina, o Anna, ambas son la misma persona, venía con las manos lavadas de barro y dolor. Por eso, era respetada. Ella había puesto algunos tornillos a la máquina del rock n’ roll. Otras no tanto.
Hay que sentirse contentos, hemos sido nosotros escogidos por la eternidad para disfrutar de este arte en este momento de la historia moderna. Hace doscientos años no había rock n’ roll. Había lo que fuera, y por supuesto, tan válido también para aquel momento. Esta música invencible tiene a partir de hoy un ángel que velará por su salud. Hasta siempre Tina Turner.