Las tarjetas revolving se han convertido en formas de financiación muy demandadas, pero su riesgo es considerable y ha sido constatado en varias ocasiones por el Tribunal Supremo a través de sus sentencias. Por esta razón, es esencial saber diferenciar este tipo de productos de las tarjetas de crédito de toda la vida, algo que se trata de explicar a continuación de la mano de Sello Legal Abogados.
Dos productos similares, pero no iguales
Tanto las tarjetas revolving como el resto de tarjetas de crédito sirven para aplazar el pago de productos y servicios, afrontar estos pagos mediante cuotas periódicas y retirar dinero en efectivo. Sin embargo, las diferencias son más importantes que sus semejanzas:
El límite del crédito
De manera general, con las tarjetas de crédito el dinero disponible es una cantidad fija pactada previamente. De este modo, si se necesita más dinero, se debe recurrir a una nueva tarjeta o a una línea de crédito diferente.
En cambio, las tarjetas revolving ofrecen una línea de crédito renovable que se va reponiendo a medida que se efectúan pagos. Esto significa que los usuarios pueden hacer compras en la misma tarjeta de manera continua, pues el crédito se va renovando automáticamente.
Los intereses
En opinión de Iñigo Serrano, de Sello Legal Abogados, las tarjetas revolving se caracterizan por tener unos altísimos intereses, que distan mucho de los intereses que suelen tener las tarjetas convencionales.
La razón de que esto ocurra es que los intereses de las tarjetas revolving van ligados al saldo que día a día deja pendiente el usuario, lo que provoca que se puedan acumular muy rápidamente y sin prácticamente poder evitarlo.
Las comisiones
Aparte, otra diferencia evidente es que las tarjetas revolving esconden varias comisiones por diferentes conceptos, que rara vez se aplican en el resto de las tarjetas de crédito. Por ejemplo, comisiones por usar la propia tarjeta, por retirar dinero en efectivo o por pagos atrasados.
El periodo de gracia
Finalmente, hay una diferencia que puede resultar de lo más perjudicial para aquellas personas que puntualmente tienen dificultades para hacer frente a las cuotas de su tarjeta. Y, es que, en general, en las tarjetas revolving el periodo de gracia (el plazo máximo que el cliente puede tardar en pagar) es menor que en las demás tarjetas.
Aunque no es así en todos los casos, el plazo en las tarjetas de crédito convencionales es de unos 21 días, mientras que en las revolving el periodo se reduce a tan solo unos días. Lógicamente, esto constituye un claro inconveniente, ya que, de superarse el periodo de gracia, el usuario tiene que hacer frente a todavía más intereses.
En definitiva, aunque pueden parecer iguales y, en algunas ocasiones, las entidades las promocionan y venden como tal, las tarjetas revolving son muy distintas de las tarjetas de crédito en general. Esto puede hacer que muchas personas las contraten sin ser plenamente conscientes de sus riesgos y que se utilicen en el día a día sin la suficiente precaución.