A tan solo unos días desde el último recital de Roger Waters en Madrid, aún seguimos convencidos de haber sido testigos de la muy posible última presentación del artista británico en España.
This Is Not A Drill, esto no es un simulacro, es el nombre de su séptima salida a la carretera y también aquella a la que él mismo ha calificado como su primera gira de despedida. Este despliegue artístico tenía previsto empezar en julio de 2020, pero debido a la pandemia del Covid-19 se reprogramó para comenzar en Pittsburg (USA), el pasado 6 de julio de 2022.
Roger Waters siempre ha sido un personaje peculiar. Un artista medio humano, medio figura interestelar volando en su propio universo espacial. Entre la barrera idiomática y la profundidad musical de su propuesta, ha sido un gusto ver como sus citas en España han tenido una respuesta masiva para colgar el típico «no hay entradas».
En un mundo sonoro bastante dominado por ritmos latinos y el hip hop, el rock progresivo del señor Waters suena en ocasiones como una fórmula repetitiva que se alimenta siempre del mismo plato: las glorias de Pink Floyd.
Su álbum de 2017 Is This The World We Really Want, ¿es este el mundo que realmente queremos?, es una digna muestra por intentar escapar de un pasado bienaventurado manteniendo la identidad y coherencia todo lo que sea posible. En realidad, es otra oportunidad más para vociferar contra el mundo actual edulcorando el mensaje con melodías algo más esperanzadoras.
En términos económicos, este nuevo encuentro con el público está reportando jugosos beneficios, y se postula como una de las giras más lucrativas en materia de rock en este último año. De momento, y con la mitad de los recitales ya cumplidos, se han recaudado algo más de 70 millones de euros cantando ante más de medio millón de espectadores. Nada mal para un hombre que en unos meses cumplirá ochenta años.
Todo este montaje escenográfico, en ocasiones hedonista, parece tener la intención de limpiar la imagen de un Roger Waters mal compañero y sepulturero de Pink Floyd. Dicen que el tiempo es el mejor de los remedios contra los dolores espirituales, pero no sabemos de su eficacia para con un personaje tan polémico como este.
Tanto es así, que hace unas semanas hemos conocido que Waters ha presentado a su ex-compañero en Pink Floyd, Nick Mason, la re-grabación de Dark Side Of The Moon, la cual parece que tendrá en mayo su puesta a la venta. Más claro, imposible. Esto es una declaración: «Aquí mando yo»…
El comienzo de los conciertos en esta gira es con una frase tan chocante como sincera: «Si te gusta Pink Floyd, pero no soportas la política de Roger, es mejor que te vayas a un bar ahora mismo». Posiblemente, y ya lo veremos, será copiada también por otros grupos y artistas en un futuro próximo.
Los genios son así, y este hombre tal vez sea venerado como genio cuando ya no esté con nosotros. En una sociedad de consumo masivo donde la nostalgia juega un papel protagonista en muchos aspectos sociológicos, el pasado adquiere una dimensión divina ante tanta reencarnación cultural de viejos modelos.
En los años ochenta, aquellas bandas de los sesenta y setenta eran vistas como ejemplos arcaicos de lo que no tenía que ser la música en la década de la incipiente era digital. Yes, The Who, Led Zeppelin, Black Sabbath, Deep Purple, KIng Crimson, y algunas más tenían poco asegurado su pedestal entre tantos Prince, Michael Jackson, Madonna o Bruce Springsteen.
Nadie se habría atrevido hace cuarenta años a decir que Roger Waters estaría en el 2023 en plena gira de conciertos de despedida y que mucho menos presentaría una nueva versión de ese lado oscuro de la luna.
Pendenciero, absurdo, irreverente, oscuro, y también insensato en ocasiones. Gracias Roger por tanta música. En Madrid al menos, el 24 de marzo, será siempre tu día en esta ciudad.